domingo, 8 de noviembre de 2015

William Shakespeare y su soliloquio "Ser o no Ser"


Hoy voy a dedicar esta entrada a William Shakespeare,  uno de los más grandes autores de la literatura universal y, tal vez, el más conocido de todos. Es por ello que me parecía adecuado rendirle mi pequeño homenaje en mi blog aportando, no solo algunos aspectos y curiosidades de su vida y obra, sino el soliloquio más famoso que se ha escrito de todos los tiempos, el que contiene su drama “Hamlet” y que comienza con la célebre frase: “Ser o no ser, esa es la cuestión…”  (“To be or not to be, that is the question…”). 
Conocido también como “El Bardo de Avon”, William Shakespeare fue un dramaturgo, actor y poeta inglés del siglo XVI. Nació en Stratfor-upon-Avon, Reino Unido, el 23 de abril de 1564, en el seno de una familia acomodada, aunque su padre cayó en desgracia a poco de nacer él, acusado de comercio ilegal de lana, perdiendo su posición destacada en el gobierno del municipio. Sería en su localidad donde se formaría en gramática, literatura y lengua latina. A los dieciocho años contrajo matrimonio con Anne Hathaway, de veintiséis, al obligarle el embarazo de la joven. Antes de marchar a Londres (en 1592 ya se encontraba en dicha ciudad) se desconocen datos de su vida, por lo que no se sabe cuál fue la causa de dicho traslado. Sería en la capital donde se convertiría en actor, escritor y, finalmente, copropietario de la compañía teatral conocida como Lord Chamberlain’s Men, nombre que recibía por su mecenas, una compañía que estaría bajo la protección del rey Jacobo I debido a su popularidad (pasó a llamarse King’s Men ,hombres del rey). Con tal compañía, representaban en The Globe Theatre. Según parece, Shakespeare ganó con la companía bastante dinero, hasta tal punto que compró un título nobiliario a su padre y ricas propiedades en Stratford (New Place) y Londres (tuvo varios litigios por asuntos de tierras). Sobre sus obras, el incendio del Teatro El Globo, en 1613, reconstruido un año después, provocó que se quemara no solo el edificio, sino los manuscritos del escritor, incluida una comedia que parecía estar inspirada en un episodio del Quijote de Cervantes, “Cardenio”. En 1611 se retiró a su pueblo a vivir, muriendo, a los cincuenta y dos años, el 23 de abril de 1616; sus restos fueron sepultados en la iglesia de la Santísima Trinidad de Stratfort. Un hecho curioso sobre la fecha de su muerte es que parece coincidir con la de Cervantes, se celebra por ello el día del libro, sin embargo, ni uno ni otro se tiene certeza de que murieran en dicha fecha; sobre nuestro escritor porque lo que ocurrió tal día es que fue sepultado, por lo que fallecería al menos un día antes, y sobre la del escritor inglés parece que tuvo lugar el 3 o 4 de mayo según el calendario gregoriano, pero por cálculos distintos al de los ingleses, que seguían el calendario juliano (diez días retrasado con respecto al gregoriano), lo fecharon el 23 de abril.
Shakespeare tuvo la gran suerte de ser venerado en su tiempo, pero su reputación no creció hasta el siglo XIX: románticos y victorianos adoraban a Shakespeare.
Shakespeare no publicó sus obras, no era costumbre en la época, y eso de los derechos de autor no sonaba ni de lejos, sin embargo, son conocidas porque dos de sus compañeros actores, John Hemminges y Henry Condell, anotaron y publicaron 36 de ellas, a título póstumo, bajo el nombre de “The First Folio” (El primer folio), el cual es la fuente de todos los libros publicados de Shakespeare (también contiene la única imagen que se le atribuye al escritor)
Como ya he comentado, el escritor inglés se casó, y de su matrimonio nacieron  tres hijos; de ellos solo dos hijas sobrevivieron, pero su descendencia no fue más allá de la segunda generación.
Un problema que ha surgido de la persona y obra de Shakespeare es que apenas hay datos del autor, pero su obra, sin embargo, es muy prolífica, dando lugar a especulaciones sobre la verdadera autoría de éstas, de hecho, fue acusado en vida de plagio, por ejemplo Robert Green, autor teatral destacado de la época, le acusaba de aprovecharse de ideas ya reflejadas en la literatura, en el caso de Hamlet parece estar basada en la “Historia de los daneses” que escribió Saxo Grammaticus en el siglo XIII; Romeo y Julieta en un relato escrito por Masucccio de Salerno, autor del siglo XV… Sea como fuere, y dado que no hay indicios fehacientes que digan lo contrario, Shakespeare fue autor de un gran número de obras entre las se encuentran tragedias como Romeo y Julieta, Julio César, Hamlet, Otelo, Macbeth, Antonio y Cleopatra…; comedias como El mercader de Venecia, Mucho ruido y pocas nueces, Las alegres comadres de Windsor…;  obras históricas como Eduardo III, Enrique VI, Ricardo III, El rey Juan…; como poeta compuso gran cantidad de sonetos y por los que él creía sería recordado en el futuro, ya que se consideraba más lírico que dramaturgo. 
Como curiosidades acerca de su obra decir que la más larga es Hamlet, requiere para interpretarla cuatro horas, y que era dado a inventar palabras y nombres, por ejemplo: “crítico”, aparece en Otelo, “majestuoso”, aparece en La Tempestad, el nombre de mujer Jessica, aparece en “El mercader de Venecia….  También es conocido por frases tan famosas como estas: "Asume una virtud si no la tienes." (Hamlet); "El que va demasiado aprisa llega tan tarde como el que va muy despacio" (Romeo y Julieta); “Dueños de sus destinos son los hombres. La culpa, querido Bruto, no está en las estrellas, sino en nuestros vicios” (Julio César).
Como él mismo decía, sus obras nos muestran “Un espejo de la humanidad”, y no exageraba lo más mínimo. Yo me quito el sombrero ante este genial autor que como pocos ha sabido captar el alma humana. Ahora os dejo con el célebre fragmento de su obra “Hamlet”.

SOLILOQUIO DE HAMLET

¡Ser, o no ser, es la cuestión! -¿Qué debe
más dignamente optar el alma noble
entre sufrir de la fortuna impía
el porfiador rigor, o rebelarse
contra un mar de desdichas, y afrontándolo
desaparecer con ellas?

Morir, dormir, no despertar más nunca,
poder decir todo acabó; en un sueño
sepultar para siempre los dolores
del corazón, los mil y mil quebrantos
que heredó nuestra carne, ¡quién no ansiara
concluir así!

¡Morir... quedar dormidos...
Dormir... tal vez soñar! -¡Ay! allí hay algo
que detiene al mejor. Cuando del mundo
no percibamos ni un rumor, ¡qué sueños
vendrán en ese sueño de la muerte!
Eso es, eso es lo que hace el infortunio
planta de larga vida. ¿Quién querría
sufrir del tiempo el implacable azote,
del fuerte la injusticia, del soberbio
el áspero desdén, las amarguras
del amor despreciado, las demoras
de la ley, del empleado la insolencia,
la hostilidad que los mezquinos juran
al mérito pacífico, pudiendo
de tanto mal librarse él mismo, alzando
una punta de acero? ¿quién querría
seguir cargando en la cansada vida
su fardo abrumador?...

Pero hay espanto
¡allá del otro lado de la tumba!
La muerte, aquel país que todavía
está por descubrirse,
país de cuya lóbrega frontera
ningún viajero regresó, perturba
la voluntad, y a todos nos decide
a soportar los males que sabemos
más bien que ir a buscar lo que ignoramos.
Así, ¡oh conciencia!, de nosotros todos
haces unos cobardes, y la ardiente
resolución original decae
al pálido mirar del pensamiento.
Así también enérgicas empresas,
de trascendencia inmensa, a esa mirada
torcieron rumbo, y sin acción murieron.

Versión traducida por el poeta colombiano Rafael Pombo,  (Bogotá, 7 Noviembre 1833 - 5 Mayo 1912).

martes, 20 de octubre de 2015

Oscar wilde y su visión de la sociedad en "El modelo millonario"


En esta entrada voy a exponer un relato de Oscar Wilde, estuve leyendo cuentos de este escritor, y de otros autores, y éste, “El modelo millonario”, me pareció muy bien escrito y cercano a nuestra actualidad social, aunque en mi caso cada vez pierdo más la fe en los milagros; yo no hubiera terminado el relato de este modo, no me encaja con la realidad que vivimos. También tenía algo que me llamó la atención, una descripción de una pintura de nuestro genial pintor Velázquez, “Menipo”, de hecho, creo que lo inspiró, incluso nombra al artista a sabiendas, imagino, que llegaríamos a tal conclusión. Espero os guste.
 Oscar Wilde
(Dublín, 1854 - París, 1900) Escritor exponente del esteticismo, o filosofía estética, cuya principal característica era la defensa del arte por el arte, que sentaría las bases del Dandismo. Estudió en Trinity College, Dublín y después en Magdalen College (Oxford), de donde se licenció en estudios clásicos, era todo un entendido.
El éxito de Wilde se basaba en el ingenio punzante e irónico que descargaba en sus obras, dedicadas en su mayor parte a criticar a la sociedad que le tocó vivir. Su única una novela, El retrato de Dorian Gray, tuvo muchos detractores entre los sectores puritanos y conservadores debido a su tergiversación del tema de Fausto. Su gran popularidad le venía por su labor como dramaturgo, tuvieron gran fama: Salomé (1891), escrita en francés, o La importancia de llamarse Ernesto (1895), obras de diálogos vivos y genio punzante. Su éxito, sin embargo, se vio truncado en 1895 cuando el marqués de Queenberry inició una campaña de difamación en periódicos y revistas acusándolo de homosexual, lo cual desencadenó en la condena de Wilde a dos años de prisión y trabajos forzados. Tras cumplir su pena cambió de nombre, adoptó los de Sebastian Melmoth, y emigró a París donde vivió con escasos medios económicos, mala salud, y sin familia (ni su mujer ni hijos querían saber de él), y, finalmente, moriría.
Escribí cuando no conocía la vida. Ahora que entiendo su significado, ya no tengo que escribir. La vida no puede escribirse; sólo puede vivirse”
Oscar Wilde

El modelo millonario

De nada sirve ser un hombre encantador si uno carece de fortuna. La vida idílica es un privilegio de los ricos y no la profesión de los sin trabajo. Los pobres deberían ser prácticos y prosaicos. Es preferible disponer de una renta permanente que ser fascinador. Éstas son las grandes verdades de la vida moderna que Hughie Erskine jamás pudo asimilar. ¡Pobre Hughie! Es preciso reconocer que, desde el punto de vista intelectual, no tenía gran importancia. Jamás había dicho una frase brillante o una palabra mal intencionada en su vida, pero, eso sí, era guapísimo, con su cabello color castaño y rizado, su perfil clásico y sus ojos grises. Era tan popular entre los hombres como entre las mujeres y poseía toda clase de cualidades, excepto la de hacer dinero.
Su padre le había legado su sable de caballería y una Historia de la Guerra Peninsular, en quince tomos. Hughie colgó el sable encima de su espejo y colocó la Historia en una estantería, entre el Ruffs Guide y Bailey's Magazine, y vivió con doscientas libras de renta que le pasaba una anciana tía.
Lo había intentado todo. Fue a la Bolsa durante seis meses; pero ¿qué podía hacer una mariposa entre animales de presa y ataque? Fue comerciante de té por espacio de unos meses más, pero pronto se cansó del tipo pekoe y del souchong. Luego trató de vender jerez seco, pero sin éxito; el jerez era demasiado seco. Y por último se dedicó a no ser nada, es decir, a ser simplemente un joven delicioso, inútil, de perfil perfecto y ninguna profesión.
Como si no fuera suficiente su desgracia, se enamoró. La muchacha que amaba se llamaba Laura Merton, hija de un coronel retirado que había perdido la paciencia y el estómago en la India, sin conseguir volver a encontrar ni una cosa ni otra. Laura adoraba al joven, y él estaba siempre dispuesto a besar la punta de sus zapatos. Formaban la pareja más hermosa de Londres, aunque entre los dos no reunían ni un penique. El coronel sentía gran afecto por Hughie, pero no quería ni oír hablar de compromiso.
- Ven a verme, hijo mío, cuando tengas diez mil libras tuyas, y entonces veremos - solía decirle, y Hughie se sentía tristísimo en aquellas ocasiones y necesitaba de Laura para consolarse.
Una mañana, camino de Holland Park, donde vivían los Merton, entró a visitar a un amigo suyo, Alan Trevor. Éste era pintor. La verdad es que, hoy día, pocos escapan a esta fiebre. Pero él era además un artista, y los artistas son más bien escasos. Personalmente era un tipo raro y arisco, pecoso y con una barba roja y enmarañada. No obstante, tan pronto cogía un pincel, se transformaba en un verdadero maestro y sus cuadros eran solicitadísimos. Al principio se había sentido atraído por Hughie, aunque hay que reconocerlo, solamente por su encanto personal.
- Las únicas personas que un pintor debería conocer son aquellas que fueran tontas y bellas - solía decir -, esas cuya contemplación produce un placer artístico y cuya conversación es un descanso intelectual. Los hombres deliciosos y las mujeres coquetas gobiernan el mundo, o, por lo menos, deberían gobernarlo.
No obstante, cuando conoció del todo a Hughie, terminó queriéndole también por su carácter alegre, impulsivo y generoso, permitiéndole la entrada permanente en su estudio.
Cuando Hughie entró aquel día se encontró con Trevor dando los últimos toques a un cuadro maravilloso, representando a un mendigo en tamaño natural. El mendigo en persona estaba de pie en una tarima en un rincón del estudio. Era un viejo consumido, con un rostro de pergamino arrugado y una expresión lastimera. Sobre sus hombros llevaba una capa parda de paño burdo, llena de desgarrones y agujeros; sus claveteados zapatones estaban llenos de parches, y con una mano se apoyaba en un garrote, mientras con la otra alargaba su deformado sombrero en actitud de pedir limosna.
- ¡Qué soberbio modelo! - murmuró Hughie estrechando la mano de su amigo.
- ¿Soberbio? - repitió Trevor exaltado -. ¡Ya puedes decirlo! Uno no se encuentra todos los días con mendigos de este tipo. Una trouvaille, mon cher, un Velázquez en carne y hueso. ¡Cielos, qué boceto habría sacado Rembrandt de este hombre!
- ¡Pobrecillo! - se compadeció Hughie -. ¡Qué desgraciado parece! Aunque me figuro que para vosotros los pintores su rostro representa una fortuna.
- Claro - contestó Trevor -; no vais a desear que un mendigo tenga el aspecto feliz, ¿verdad?
- ¿Cuánto gana un modelo por sesión? - preguntó Hughie sentándose cómodamente en un diván.
- Un chelín por hora.
- ¿Y cuánto cobras por el cuadro, Alan?
- ¡Oh!, por éste, dos mil.
- ¿Libras?
- No, guineas. Los pintores, los poetas y los médicos cobramos siempre por guineas.
- Pues creo que el modelo debería tener un tanto por ciento - rió Hughie -, ya que trabaja tanto como tú.
- ¡Tonterías, tonterías! Fíjate en el trabajo que representa solamente extender el color y estar todo el día de pieante un caballete. Puedes decir lo que quieras, Hughie, pero yo te aseguro que en ciertos momentos el arte llega a alcanzar la dignidad de un trabajo manual. Pero, por favor, no me hables; estoy muy ocupado. Fúmate un cigarrillo y estáte quieto.
Un momento después entró el criado para decir a Trevor que el hombre de los marcos quería hablar con él.
- No te marches, Hughie - le dijo antes de salir vuelvo enseguida.
El viejo mendigo aprovechó la ausencia de Trevor para sentarse un momento en un banquillo de madera que tenía detrás. Tenía un aspecto tan abatido y miserable que Hughie se compadeció de él y rebuscó en sus bolsillos para ver qué dinero tenía. Sólo encontró un soberano y calderilla. «Pobrecillo - se dijo -; todavía lo necesita más que yo, aunque, claro, esto representará ir a pie durante quince días.» Y, cruzando el estudio, deslizó el soberano en la mano del mendigo.
El viejo se estremeció y una leve sonrisa iluminó sus resecos labios.
- Gracias, señor - dijo -. Gracias.
Al poco rato llegó Trevor, y Hughie se despidió, un poco azorado por lo que acababa de hacer.
Pasó el día con Laura, soportó una amable regañina por su liberalidad y tuvo que volver a pie a su casa.
Aquella misma noche entró en el Palette Club alrededor de las once y se encontró a Trevor en el salón de fumar, ante un vaso de vino del Rin y seltz.
- Hola, Alan, ¿pudiste terminar el cuadro? - preguntó encendiendo un cigarrillo.
- ¡Terminado y con marco, muchacho! - contestó Trevor -. Y, a propósito, has hecho una conquista: el viejo modelo que viste se ha encariñado contigo. Tuve que contarle toda tu vida y milagros..., quién eres, dónde vives, qué renta tienes, qué proyectos...
- ¡Pero, Alan - exclamó Hughie -, de seguro que me lo encontraré esperándome en la puerta de casa! ¡Bueno, estás hablando en broma, pobrecillo! ¡Ojalá pudiera hacer algo por él! Encuentro espantoso que uno pueda llegar a ser tan desgraciado. Tengo montañas de ropa vieja en mi casa... ¿Crees que le vendría bien que se la diera? Puede que sí; lo que llevaba puesto estaba hecho trizas.
- Pero esos harapos le sentaban maravillosamente - objetó Trevor -. No le pintaría vestido de frac por ningún precio. Lo que tú llamas harapos, yo lo llamo fantasía. Lo que a ti te parece pobreza, yo lo llamo pintoresquismo. Sin embargo, le hablaré de tu ofrecimiento.
- Alan - dijo Hughie gravemente -, vosotros los pintores no tenéis corazón.
- El corazón de un artista está en su cabeza; además, nosotros tenemos la obligación de representar el mundo tal como lo vemos, no reformarlo según sabemos de él. A chacun son metier. Y ahora, dime: ¿qué tal está Laura?
El viejo modelo estaba interesadísimo por ella.
- ¡No me digas que le has hablado de ella!
- Claro que sí. Está enterado de todo lo referente al inflexible coronel, a la preciosa Laura y a las diez mil libras.
- ¿Contaste al mendigo mis asuntos particulares? - exclamó Hughie con el rostro enrojecido por la ira.
- Hijo mío - dijo Trevor sonriente -, ese viejo mendigo, como tú le llamas, es uno de los hombres más ricos de Europa. Podría comprar todo Londres, mañana mismo, sin agotar su cuenta corriente. Tiene una casa en cada capital, come en vajilla de oro y puede impedir la guerra de Rusia en el momento que juzgue conveniente.
- ¿Qué demonios quieres decir? - gritó Hughie.
- Lo que te estoy diciendo. El viejo que has visto hoy en el estudio era el barón Hausberg. Es un gran amigo mío, compra todos mis cuadros y demás y hace un mes me encargó que le pintara de mendigo. Que voulez-vous? La fantaisie d'un millionnaire! Y debo decir que estaba imponente con sus andrajos, o quizá sería mejor que dijera con los míos; es un traje viejo que adquirí en España.
- ¡El barón Hausberg! - gimió Hughie -. ¡Dios santo! ¡Y le di un soberano!
Y se hundió en su sillón, desalentado.
- ¿Que le diste un soberano? - gimió Trevor, e inmediatamente se echó a reír a carcajadas -. Hijo de mi vida, no volverás a verlo nunca más. Son affaire c'est l'argent des autres!
- Podías habérmelo advertido, Alan - protestó Hughie -, en vez de dejar que me portara como un estúpido.
- Pues, en primer lugar, Hughie, jamás hubiera creído que anduvieras repartiendo limosnas con esa extravagancia. Comprendo que beses a una modelo bonita, pero que des una moneda de oro a uno tan feo..., por Dios que no. Además, la verdad es que hoy no estaba en casa para nadie, y cuando entraste ignoraba si Hausberg quería o no que se supiera quién era en realidad. Como viste, no iba vestido para una visita.
- ¡Me habrá tomado por un imbécil!
- ¡Nada de eso! Estaba encantado contigo, y me lo dijo tan pronto te fuiste; se reía y se frotaba las manos. No comprendía por qué estaba tan interesado en saber todo lo referente a ti, pero ahora lo comprendo. Invertirá ese soberano en tu nombre, y todos los meses te mandará los intereses y además tendrá una historia magnífica que contar en las cenas.
- Soy un desgraciado - se lamentó Hughie -; lo mejor que puedo hacer es irme a la cama. Por favor, Alan, no se lo digas a nadie; no me atrevería a pasearme por High Park.
- ¡Qué tontería! Pero si esto hace honor a tu espíritu filantrópico, Hughie... Y no te vayas. Fúmate otro cigarrillo y háblame todo lo que quieras de Laura.
Sin embargo, Hughie no quiso quedarse, sino que se fue a pie hasta su casa, sintiéndose muy desgraciado y dejando a Alan Trevor muerto de risa.
A la mañana siguiente, mientras se desayunaba, el criado le entregó una tarjeta que decía: «Monsieur Gustave Naudin, de la part de M. le Baron Hausberg.» «Me figuro que habrá venido a pedirme explicaciones», se dijo Hughie, y ordenó al criado que le hiciera pasar.
Y entró un anciano caballero con gafas de montura de oro y cabello gris, que le dijo, con un ligero acento francés:
- ¿Tengo el honor de hablar con monsieur Erskine?
Hughie se inclinó.
- He venido de parte del barón Hausberg - prosiguió -. El barón...
- Le ruego, señor, que le presente mis más sinceras excusas - tartamudeó Hughie.
- El barón - anunció el anciano caballero con una sonrisa - me ha encargado que le entregue esta carta.
Y le ofreció un sobre lacrado. En el sobre estaba escrito: «Un regalo de boda a Hugh Erskine y a Laura Merton, de parte de un viejo mendigo», y dentro había un cheque por diez mil libras esterlinas.

Cuando se casaron, Alan Trevor fue padrino y el barón Hausberg hizo un discurso durante la comida de bodas.
- Los modelos millonarios - observó Alan - son rarísimos, pero, ¡por Júpiter, que los millonarios modelo son todavía más raros!

viernes, 31 de julio de 2015

Mi nueva novela "Lo que calla el alma"



Pues como ya tenía ganas y estaba inscrita en el registro de la propiedad intelectual, decidí publicar mi nueva novela “Lo que calla el alma” de forma independiente en Amazon, tal cual hice con “Futuro bajo sospecha”. En esta historia he intentado plasmar una trama de convivencia y conflictos personales. Grosso modo, el argumento es el siguiente: Gloria, una cantante de éxito de los setenta, y Ana, su apoyo incondicional, son dos hermanas bien avenidas laboral y sentimentalmente, hasta que la difícil situación personal y profesional que atraviesa la diva provoca un cambio en la personalidad de ésta. En un intento de reavivar la carrera de la artista, Toni, su representante, idea un proyecto que requerirá de un antiguo conocido de las dos mujeres, Julián, compositor y examante de Gloria. A partir de entonces la buena sintonía que parecía existir entre ambas comenzará a tambalearse.
Os dejo las primeras líneas de mi nuevo relato:

Si los sucesos que ahora paso a relatar no hubiesen acaecido, hubiera estado ajena a ese otro yo que, al menos en mi caso, no creía poseer. Vivía mi día a día como un autómata, a expensas de las directrices de Gloria, mi hermana, a la que me rendía sin discusión. Una existencia que abrazaba la resignación y el conformismo como parámetros de mi vida. Porque… ¿qué otra cosa podía hacer ante los sucesivos éxitos de Gloria y mis continuos fracasos? Lo que creí más sensato, asumirlo. Todos me elogiaban por ello, a ella por todo lo contrario, podía con todo y sobre todos. Sin embargo, en cuanto sus triunfos empezaron a ceder, los cimientos de nuestra relación comenzaron a tambalearse surgiendo sentimientos que no creía podrían existir entre nosotras, esos que calla el alma para no desvelar sus miserias.
El primer atisbo de aquella tempestad que nos acechaba se iniciaba con el declive como artista de mi hermana. Hacía años que la cantante Gloria Galán, mi hermana, ya no era indispensable en los escenarios; los contratos apenas llegaban y su fama languidecía inexorablemente. Y si bien Gloria era incapaz de admitir su frustración por tal causa, demasiado orgullosa para reconocerlo, yo bien sabía que le afectaba, pues la inseguridad, impropia años atrás en ella, empezó a hacer mella en su persona, tanto que incluso me dejaba ver conatos de rechazo de sí misma. En un primer momento pensé que aquellas sensaciones que iban acaparándola pasarían; entendía que no debía ser fácil para la artista ni descender de la cúspide de la fama ni ir perdiendo su extraordinaria belleza. Pero lo que yo creía una etapa de transición sin más no cedía, por el contrario, iba en aumento, hasta tal punto que habría de tender sus brazos más allá de Gloria.

“Lo que calla el alma” ©M. Carmen Rubio Bethancourt

Me encantaría que os animaseis a leerla, el enlace para acceder a ella es:

Muchas gracias y espero vuestras opiniones sobre ella.

miércoles, 24 de junio de 2015

Microrrelato: Dos palabras



Óleo del pintor Albert Lynch

A veces nos ocurre que algo que no esperamos nos hace mirar cuanto nos rodea con otros ojos, incluso, ilusionarnos.

DOS PALABRAS

«¡Dios mío!», ha exclamado un joven al pasar junto a mí de camino hacia su mesa en la cafetería.  Pero ¿por qué? Tendré algo encima que llame la atención: una caca de paloma, una etiqueta, una mancha en la cara... El espejo que tengo frente a mí no me muestra nada llamativo, una chica de lo más normalita, o sea, yo sentada tomando café; lo que siempre hago en el mismo lugar durante mi tiempo de descanso. Pero esas dos palabras…  Noto que me observa el muchacho o ¿será sugestión? No sé. ¡Vaya, debo volver al trabajo! ¡Qué lástima! Tal vez mañana vuelva a verle.

© M. Carmen Rubio Bethancourt


domingo, 24 de mayo de 2015

Cómo hacer una portada para tu novela

Portada realizada por mí de mi novela "Futuro bajo sospecha"

Muchos de nosotros no tenemos la suerte de contar con una editorial que realice el trabajo de marketing para nuestra obra, es decir, darle la forma precisa para exponerla al público y atraerlo hacia ella. Parte de este proceso, tal vez uno de los más importantes, es la realización de la portada. He podido leer muchas publicaciones en Internet hablando de este asunto, en casi todas subrayando su gran labor para atrapar al lector hacia una novela u otra. Soy de las que piensa que el hábito no hace al monje, pero sí es cierto que visualmente unos libros te llaman más la atención que otros, por tanto, algo de razón deben llevar esas personas que creen que la portada es transcendental para vender tu novela. Si sois de los que queréis publicar, pero no tenéis el respaldo de una editorial para llevar a cabo el proceso de portada, como es mi caso, ni podéis contratar un profesional (se anuncian muchos por las redes sociales), la alternativa posible es realizarla vosotros mismos. Para los que no tenéis ni idea del tema, me incluyo, una buena foto puede ser una opción factible a nuestro propósito. Sobradamente sabemos que hay programas de manipulación de imágenes que pueden convertir a éstas en algo original e incluso grandioso, pero si no os atrevéis con ellos será suficiente con añadirle el título y autor a nuestra imagen. Agregar a nuestra foto estos complementos tan necesarios a una portada no es complicado, al menos a mí con un programa llamado PhotoScape no me lo ha parecido. Os informo, por si os interesa, de cómo he procedido.  Descargado el programa, que es gratuito, lo abrí y me dirigí a la pestaña Editar. En ese apartado, a la izquierda, aparecen las imágenes que tenemos guardadas en nuestro ordenador, pinchamos en la que hemos elegido y se seleccionará para nuestro proyecto (ojo que esa imagen la tengamos guardada en formato JPEG, es el factible para subir a las plataformas de autoedición tipo Amazon, y que sea de autoría propia, por eso de los derechos de autor). Una vez nuestra imagen se muestra en la pantalla del programa PhotoScape, damos a la opción Complementos, de ahí seleccionamos un símbolo con forma de “T” o “T doble” según lo que deseemos hacer, y escribimos en el recuadro que aparece nuestro texto: título y autor (podemos seleccionar tipos de letras, tamaños y colores…); conformes con lo realizado damos a aceptar, apareciendo en nuestra foto el texto que hemos escrito al que daremos tamaño y ubicación deseada. Satisfechos con lo realizado guardamos y listo. Con la contraportada haremos igual, porque probablemente necesitaréis añadir una sinopsis de la obra e incluso una foto de autor. Lo primero será elegir la imagen de contraportada a través de la pestaña Edición (puede ser la misma foto de la portada o bien otra); para añadir la sinopsis a ella operaréis igual que con el nombre de la novela y autor de la portada; para la foto de autor (sería agregar una foto en otra) haremos lo siguiente: en Complementos pinchar un icono que tiene una montaña (insertar imagen), seleccionamos la foto de autor; una vez en la pantalla central la manipularéis para situarla y darle el tamaño adecuado sobre la imagen de contraportada. Después de todo ello, guardar y listo.
No sé si con estos recursos que expongo conseguiréis una portada estupenda, pero sí, al menos, una necesaria para presentar vuestra novela al público. Hasta pronto.


© M. Carmen Rubio Bethancourt

martes, 28 de abril de 2015

Contactar con editoriales


Hugh Grant yJulia Roberts en Notting-Hill-movie,1999
En una de mis entradas anteriores expresaba cuanto me costaba poner el punto y final a mi segunda novela. Ya puedo deciros que lo logré; después de no sé cuántas revisiones, puse ese punto y final con satisfacción.  El siguiente paso era registrar mi obra, pues si mi intención era darla a conocer era indispensable. Conseguido el objetivo, ¿dónde exponerla al público? Mi gran dilema. Amazon es una opción viable y cómoda, pero la promoción es muy difícil para un autor autopublicado, mi experiencia con mi primera novela es prueba de ello, por lo que he pensado que, tal vez, mejor opción sería enviar mi segunda obra a editoriales convencionales. Sé que es una aventura complicada, serán meses de espera de una respuesta que, posiblemente, ni siquiera llegue, pero no quiero dejar de intentarlo. Rastreando en mi ordenador he logrado dar con ciertas editoriales que aceptan manuscritos, por tanto, ha sido fácil hacérselo llegar; en otros casos donde no existía tal posibilidad he mandado cartas de presentación informando del tema de la novela y mi interés por que la conozcan, algunas han aceptado. Tengo unas ganas enormes de que mi nueva historia salga a la luz, pero si la espera da sus frutos bienvenido sea ese tiempo de demora.
Como sé que muchos de vosotros también escribís y quizá tengáis ilusión por publicar, os voy a dar varios nombres de editoriales que reciben manuscritos desde sus webs.

http://www.plataformaeditorial.com/contacto/15/1/13/0.html#Ancla

Por supuesto que hay muchas más, pero yo me he inclinado por algunas de éstas. Os sugiero, antes de enviar, observar si vuestro manuscrito se ajusta a los contenidos que publica la editorial seleccionada por vosotros, de lo contrario, la rechazarán.

Ahora solo me resta aguardar. Ya os contaré.

sábado, 4 de abril de 2015

Las nuevas tecnologías.


Imagen de la película Matrix
Que las nuevas tecnologías son parte indispensable de nuestro día a día no es nada que yo descubra a nadie, sólo hay que echar un vistazo a nuestro alrededor para observar que no hay persona del mundo desarrollado que vaya de un lugar a otro, como mínimo, sin su móvil. Verdaderamente el servicio que prestan al individuo es encomiable, pues son una fuente de recursos de los de «aquí y ahora» que con un simple «clik» tenemos al alcance de la mano. Un día sí y otro también vamos conociendo mejoras en tales medios que nos obligan a adquirir, si el bolsillo lo permite, lo último, haciéndonos  desdeñar lo que hace tan sólo unos meses era una novedad; ni siquiera da tiempo a que envejezcan nuestras similares pertenencias. Los avances son tan increíbles que soy incapaz de imaginar hasta dónde se situará el límite. De ahí este microrrelato. Espero os guste.


Lo que no haga mi móvil…

¡Mi iPhone!, por fin lo tenía. Me costó el primer sueldo de trabajadora en prácticas y alguna que otra queja de mi madre, pensaba que aquel dinero lo malgastaba. Nada que ver, es más, con el tropel de aplicaciones que le instalé mi iPhone se convertía en toda una maravilla a los ojos de cualquiera. Y ese «cualquiera» llegó. Se presentó ante mí, un sábado de madrugada, cuando volvía a casa después de pasar la noche entre amigos y nuestros móviles; desprendernos de ellos era empresa imposible. El tipo, un chaval de unos dieciséis años, me obligó, navaja en mano, a dárselo. Sin oponer resistencia, no tenía las de ganar, se lo entregué y aguardé lo que en unos segundos habría de ocurrir. Como confiaba, el joven manipuló mi iPhone un momento y… ¡voila!, sin la menor cortesía mi pequeñín se defendía del intruso con una potente descarga que dejó al tipo tumbado en el suelo. Comprobado el éxito del programa anticacos.

©M. Carmen Rubio Bethancourt

domingo, 8 de marzo de 2015

Entre el "deber" y el "querer"


Imagen de la película "Memorias de Africa" con Maryl Streep y Robert Redford

«Querer y deber», ese es el dilema. A veces es imposible evadir obligaciones, por ejemplo trabajar, de ello depende nuestros recursos pecuniarios, por tanto, igual no queremos, pero debemos. Sin embargo, hay otros opciones que se nos presentan en la vida donde el deber no es imperativo, por lo que no querer no representaría más que negarnos a dicho compromiso. Pero ¿por qué nos cuesta tanto decir no? En mi caso claudicar, cuando no lo deseaba, me ha servido para estar descontenta conmigo misma en tanto el otro u otra se iba tan fresco, pero como me era imposible negarme…, saltaba en mi cabeza el «clip» del «Qué dirán» y caía en la trampa. Hoy los años me dan otra perspectiva, solo los que te aprecian y conocen respetan tu sinceridad, así que transigir con lo que no deseas no tiene lugar. Vivimos en una sociedad donde el qué dirán sigue siendo importante, sin embargo, se ensalza la sinceridad, ¿cómo se digiere tal incongruencia? Desde mi punto de vista, hacer algo porque los demás puedan decir o dejar de decir de nosotros solo nos hace hipócritas y esclavos de las apariencias. Hace muy poco leí un artículo de la actriz Meryl Streep sobre el modo en el que deseaba afrontar la vida, y había una frase a la cual quiero sumarme, es ésta: «Perdí la voluntad de agradar a quien no agrado, de amar a quien no me ama y de sonreír a quien no quiere sonreírme». Creo que se ajusta a lo que intento comunicar y llevar a cabo. No sé si será fácil, pero al menos lo intentaré.

Por M. Carmen Rubio Bethancourt.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Poner el "FIN" a una novela.

Estoy a punto de concluir mi segunda novela, bueno, realmente la he acabado, pero poner la palabra «Fin» me es difícil. ¿Por qué? Pues, sobre todo, por considerar si mi relato merece exponerse al público tal cual está desarrollado. Naturalmente que lo he revisado, no una, más de una vez, pero siempre me queda la duda del rigor literario en cuanto a expresiones, gramática e hilo conductor. Soy consciente de que los escritores, por muy insignificantes que seamos, no debemos actuar a la ligera, como si todo valiera, debemos respeto a los lectores y esto se debe plasmar en nuestros escritos.  Sin embargo, voy a confesaros que algo más se añade a esa imposibilidad de poner el punto final, y es el apego que tengo a los personajes. Me ocurrió con mi primera novela y ahora me vuelve a suceder con la segunda. No sé si entre los que visitáis el blog hay escritores, bueno sé que algunos sí lo sois, y me pregunto si os sucede lo mismo, que os encariñáis con los protagonistas de vuestras historias y teméis decirles adiós; nos han confiado tantas cosas... Alguien puede estar pensando que soy yo la que imagino lo que harán o dejarán de hacer los personajes y no parece lógica mi sensación de cómplice de estos, pero a veces mi impresión es que son ellos los que me dirigen en el desarrollo del relato. Hoy he terminado una nueva revisión, estoy de acuerdo con lo que he escrito, me gusta y creo que merece el «Fin». 
Por M. Carmen Rubio Bethancourt

sábado, 14 de febrero de 2015

San Valentín




14 de febrero, día de los enamorados. Fecha que, aunque pienso que es más comercial que otra cosa, no está de más celebrar, por tanto, felicidades a los que tenéis el corazón ocupado. Y no es para menos, pues confluyen tantas sensaciones cuando amamos que difícilmente no sientas la vida recorrer cada palmo de tu cuerpo. Con el brevísimo escrito que expongo a continuación, creo que describo lo que intento decir.

Irracional
Dejé de quererte. Y no sé qué es peor, si haberte amado o dejar de hacerlo, pues antes mi corazón sentía y ahora sin ti parece muerto.

©M. Carmen Rubio Bethancourt

viernes, 9 de enero de 2015

Acortando distancias


Puesta de sol, Cádiz
Primera entrada del nuevo año: un microrrelato que escribí hace bastante tiempo y cuya temática gira en torno al amor, a esos amores que creemos imposibles. A ver si os gusta.

 Acortando distancias

Percibo tu presencia, te encuentro. Ahí estás. No eres especial, ni siquiera mejor que muchos, pero cuánto te amo. Y tú sin saberlo, ¿o sí? Te acercas, lento, armonioso, aunque no orgulloso; no, tú no eres de esos. Ya tengo tu aire, ese que te envuelve y me deja respirar tu esencia; será lo único que me consolará de no poseerte. Te vas, me haces sufrir; ¿acaso no oyes gritar a mi corazón? Una última mirada y la diriges hacia mí. Perfecto, primera batalla ganada a tu indiferencia. 
© M. Carmen Rubio Bethancourt