miércoles, 29 de mayo de 2019

Los recuerdos como germen del relato

Playa de La Caleta, Cádiz
Hace unas semanas asistí al Ateneo de Cádiz para participar, junto a otros compañeros de letras con uno de mis escritos, a la tertulia literaria que se convoca una vez al mes en dicho lugar. El tema elegido para inspirar nuestras composiciones fue "El mar". Al principio de ponerme a ello, se me ocurrió hacer un relato que expusiera el efecto que produce en mí contemplar tan imponente elemento de la naturaleza, pero, conforme lo iba escribiendo, un recuerdo de mi pasado asaltó mi escritura, porque solo es necesario un simple guiño de nuestras experiencias vividas para que la imaginación se ponga a trabajar y de de sí lo que no suponíamos. Yo tengo muchas vivencias de mis años pasados en las que el mar está presente como un protagonista más de la historia, siendo de costa no queda otra, y aunque este texto lleva su parte de ficción, hay en él algo de mi vida. Espero que os guste. 

En la playa

A veces me ocurre que un sonido, un olor, un sabor o una imagen me transportan al pasado, y hoy, precisamente, ha vuelto a suceder. No vislumbraba esta posibilidad esta mañana en la que, después de un largo paseo por la playa, me senté en la orilla a relajarme un rato mirando al mar. Y lo estaba consiguiendo, el movimiento acompasado de las olas es para mí como un sedante, sin embargo, una voz chillona de mujer derribó de golpe mi propósito. ‹‹Carlitos que salgas del agua», repetía la señora casi a punto de dejar las cuerdas vocales en aquellos alaridos. Cuando observé a la mujer, al objeto de lanzarle alguna de mis miradas castigadoras por haber dado al traste con mi intención, me pasó algo que no esperaba, se inundó mi interior de una ternura infinita al ver reflejada en la mujer la imagen de mi madre. Más bajita, menos bonita, pero tan madraza como ella y a punto de darle un síncope porque el chiquillo estaba, a su parecer, más allá de los límites aconsejables para un niño que se baña en el mar. Pobre mamá, lo que sufría por lo mismo, ‹‹que si os va a engullir la marea que hay resaca, que si os va a dar algo que ya tenéis los dedos como garbanzos en remojo, que si el agua por la cintura, que si la digestión…», y mis hermanos y yo que a todo lo que nos decía la pobre mujer ni caso, puesto que a la más mínima se despistaba ya estábamos haciendo de las nuestras, además, teníamos de aliado a nuestro padre, menos dado a ver el peligro y, por ello, consagrado a la tarea de calmar a mamá. Y a la par de aquellas imágenes, me vinieron  al pensamiento nuestras risas infantiles; el olor a sal y tortilla de patatas, porque a mamá le salían buenísimas y en la playa sabían a gloria; las riñas con mis hermanos a causa de la bola de arena que, una vez más, se estrellaba en la cabeza de alguno; los juegos con papá, un experto en eso de hacerse el despistado para dejarnos ganar siempre... Y esa vuelta a casa… ¡qué suplicio! Con el cuerpo cubierto de salitre y las caras rojas como cangrejos cocidos, ni siquiera éramos capaces de levantar los pies al andar de molidos que quedábamos después de tantas horas de baños y juegos en la arena, parecíamos soldados a los que el enemigo le hubiera dado una buena paliza. No creo que sea difícil creer que en mi rostro se dibujara una sonrisa mientras fluían a mi mente recuerdos tan entrañables. Lo malo fue volver al presente, ¡cuánta tristeza!, no solo al dar por hecho que aquellos días felices no volverían, sino porque me falta ella, mamá, a la que a veces me parece haber dejado abandonada en un rincón de mi memoria y en estas ocasiones, en las que el más mínimo ‹‹clip» enciende mi pasado, compruebo que solo me dejaba un poco tranquila.

©2019, M. Carmen Rubio Bethancourt

miércoles, 8 de mayo de 2019

Escritores bajo seudónimo, ¿cuáles fueron sus razones?


Hermanas Brontë retratadas por su hermano Branwell en 1834
Ocultar la identidad no ha sido algo inusual en el mundo de la literatura, pero ¿cuál es el motivo que lleva a un autor a hacerlo? Seguramente hay razones para todos los gustos, y a mí me vienen algunas a la cabeza, no obstante, para exponerlo con criterio, veamos por qué lo hicieron algunos de ellos.
Pablo Neruda, poeta chileno nacido en 1904, cuyo nombre real fue Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Bascalto. Según parece, el utilizar seudónimo se debió al hecho de despistar a su progenitor que en modo alguno deseaba que su hijo se dedicara a la literatura. Pablo Neruda nunca desmintió que escogiera el nombre en honor al escritor checo Jan Neruda, aunque tampoco lo confirmó, otros estudiosos del tema afirman que al poeta podría haberle inspirado un personaje de la novela de Arthur Conan Doyle titulada “Estudio en escarlata”, aunque lo cierto es que el escritor jamás desveló el origen de su nombre artístico.
Hermanas Brönte, Charlotte, Emily y Anne, escritoras inglesas del siglo XIX, que se hicieron llamar Currer, Ellis y Acton Bell para poder publicar sus obras, porque de hacerlo como mujeres lo hubieran tenido bastante más complicado; la actividad creativa e intelectual estaba mal vista si la ejercían las mujeres, incluso no se las tomaba en serio de practicarla.
George Sand, seudónimo de Aurore Lucile Dupin, autora nacida en 1804 en París. Más o menos le ocurrió lo mismo que a las hermanas Brönte, utilizó el seudónimo para ocultar su identidad de mujer, incluso fue más allá, ya que se vestía de hombre para poder introducirse en los círculos literarios parisinos vetados entonces a nosotras.
Lewis Carrol, cuyo verdadero nombre era Charles Lutwige Dodgson. El autor inglés, nacido en 1832, parece ser que extrajo su seudónimo a partir de latinización de su nombre y el apellido de su madre, Charles Lutwidge, latinizado como Ludovicus, y Charles como Carolus, Ludovicus Carolus, a su vez, dicho nombre fue trasladado por el autor al idioma inglés como Lewis Carroll (un poco enrevesado). Se afirma que hizo uso del seudónimo para diferenciar su trabajo de matemático (escribía tratados sobre esta materia) de sus obras de ficción.   
Mark Twain, o lo que es igual,  Samuel Langhorne Clemens, ​escritor nacido en Florida en 1835. Empezó a utilizar su seudónimo al trabajar en un periódico. Mark Twain hace referencia a una expresión que utilizaban los marineros fluviales del Mississippi (él fue piloto de un barco de vapor) para marcar dos brazas de profundidad, medida de calado mínimo para la buena navegación. No he llegado a encontrar la causa por la que Twain utilizaba el seudónimo en vez de su propio nombre, tal vez por sonoridad.
George Orwell, seudónimo de Eric Arthur Blair,  escritor británico nacido en 1903. Quién hubiese imaginado que el apellido Orwell llevaría una intención de estar mejor posicionado en los estantes de las librerías, pues parece que es así, aunque también le llevó a adoptar dicho sobrenombre el hecho de no incomodar a sus padres con su obra: ‹‹Sin blanca en París y Londres» donde se deja ver que había vivido en la calle como un mendigo. Como Neruda, la idea de no incomodar a sus padres por ejercer su actividad literaria le hace ocultar su identidad.
Gustavo Adolfo Bécquer, o Adolfo Domínguez Bastida, escritor que nace en Sevilla en 1836. Parece que la causa en el autor andaluz fue más una cuestión de estética, su padre, José Domínguez Insausti, firmaba sus cuadros con el apellido de sus antepasados flamencos, los Bécquer o Becker, y tanto Adolfo como su hermano, el pintor Valeriano, adoptaron Bécquer como primer apellido en la firma de sus obras.
Clarín, seudónimo de Leopoldo García-Alas y Ureña, escritor nacido en Zamora en 1852. Toma el nombre de Clarín más bien de una imposición, pues el director del periódico donde trabajaba, ‹‹El Solfeo», quería que sus colaboradores firmaran sus artículos con el nombre de un instrumento musical.
Stephen King, autor norteamericano nacido en 1947. King eligió el seudónimo de Richard Bachman en siete novelas de sus más de 60, según parece, para evitar, porque no era aconsejable, publicar más de un libro en un año, y también para liberar la carga que le estaba proporcionando la fama.
Stendhal, seudónimo de Marie-Henri Beyle, escritor francés nacido en 1783. Hay que decir que el primero de sus seudónimos fue el de L. A. C. Bombres, lo utilizó en unos libros de crítica de arte. En 1817 realiza un ensayo que llama ‹‹Roma, Nápoles y Florencia», un ensayo con recuerdos personales y donde utiliza por primera vez el seudónimo de Stendhal. Existen dos hipótesis sobre el origen de este seudónimo, la más admitida es que lo tomara de la ciudad alemana de Stendal, lugar de nacimiento de Winckelmann, fundador de la arqueología moderna, al que el escritor admiraba, y una segunda hipótesis que afirma que sea un anagrama de Shetland, unas islas que el autor conoció y que le dejaron una profunda impresión. El porqué de firmar sus publicaciones con un seudónimo, no lo he logrado encontrar, igual no había más razón que la sonoridad o la estética.
Agatha Christie, seudónimo de Agatha Marie Clarisa Miller, autora inglesa nacida en 1890. La escritora tomó su apellido de su marido, Archibald Christie, de quien se divorció en 1926, hecho que le ocasionó algunos trastornos psicológicos (desapareció once días sin que nadie supiera nada de ella, incluso Arthur Conan Doyle, creador del personaje de ‹‹Sherlock Holmes»,  colaboró en la búsqueda). Imagino que la autora al casarse y adoptar el apellido de su esposo lo adquirió para sí y su obra, no encuentro otra explicación.
J. k. Rowling, o Robert Galbraith. La autora británica nacida en 1965, célebre por las narraciones de ‹‹Harry Potter», ha usado habitualmente su nombre verdadero para firmar sus obras, eso sí, sustituyendo, por consejo de la editorial para evitar que se supiese que era mujer (argumentaban que vendían menos), el Joanne por las iniciales J. K., la J hace referencia a Joanne y la K (requerida una segunda inicial por la editorial) la puso en honor a su abuela paterna Kathleen. En cuanto al seudónimo Robert Galbraith, fue utilizado para publicar su segundo libro para adultos, ‹‹El canto del cuco», 2013, que tuvo muy buena acogida por parte de la crítica, tal vez lo hizo porque su primera novela para dicho público, ‹‹Una vacante imprevista», publicada en 2012, no la obtuvo.
Fernán Caballero, seudónimo de Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea. Escritora española nacida en Suiza en 1796. El motivo de su seudónimo (nombre de un pueblo de Ciudad Real), según ella: «Gustóme ese nombre por su sabor antiguo y caballeresco», con ello enmascaraba su identidad femenina a una sociedad que rechazaba que las mujeres se dedicasen a actividades intelectuales, como tantas otras habían hecho o harían.
Mariano José de Larra, nacido en Madrid en 1809, utilizó diversos seudónimos a lo largo de su carrera como escritor y periodista, tales como El duende, Juan Pérez, Fígaro…, parece ser, por evitar la censura política y social del momento.
Charles Dickens, escritor inglés nacido en 1812, el célebre autor utilizo el seudónimo de «Boz» en sus primeras obras. El motivo: evitar que sus publicaciones le perjudicaran en su faceta de columnista político; imaginó que no le tomarían en serio. Más que evidente que le fue bastante bien y dejó de utilizar dicho sobrenombre.
Entre los autores actuales españoles tenemos el caso de Francisco de Paula Fernández González (Sevilla, 1978), o Blue Jeans, superventas entre adolescentes por sus novelas románticas. Según parece, eligió el seudónimo de una canción del grupo Squeezer que le gustaba como sonaba. El porqué de esconder su autoría, el escritor sevillano dice, en una entrevista al diario de información “20 minutos”, que su intención es que se hablara de su escritura.
Podría seguir aumentando la lista, es bastante copiosa, sin embargo, creo que con esta muestra de autores que han escrito, al menos alguna vez, bajo seudónimo se exponen varias razones por las que muchos de ellos han decidido ocultar su verdadera identidad. Espero que os haya sido interesante.
©2019, M. Carmen Rubio Bethancourt

Os dejo algunas páginas de Internet donde he encontrado bastante información al respecto.
http://www.cervantesvirtual.


sábado, 2 de febrero de 2019

Reseña: Esperando a Mister Bojangles, novela de Olivier Bourdeaut



En esta nueva entrada de mi blog voy a hacer referencia a una novela que he leído hace unos meses y me empuja a hacer una reseña sobre ella, es Esperando a Mister Bojangles” (Salamandra ediciones), de Olivier Bourdeaut.

Olivier Bourdeaut, escritor francés nacido en 1980 en Nantes.  Su primer éxito como escritor es, precisamente, esta novela: “Esperando a Mister Bojangles”,  publicada en 2016 y galardonada con varios premios en Francia y gran acogida de la crítica y el público.
La novela cayó en mis manos como consejo de lectura de mi hermano menor, y no me defraudó, porque, tal como él me había indicado, la historia es tan encantadora que te atrapa desde la primera página. Grosso modo, el argumento versa sobre un matrimonio atípico francés y el recuerdo que sobre él tiene su único hijo y, a su vez, el padre del chico, ya que el relato es contado por dos narradores: el niño, donde apreciamos una escritura menos exigente y de percepción más confusa, y el padre, con una prosa más cuidada y consciente de cuanto ocurre, por lo que tendremos el placer de disfrutar de dos versiones de la obra sobre una misma experiencia de vida. Sin embargo, en ambos relatos subyace el leitmotiv de la historia: el amor que se profesa la pareja a la que acompaña todos los días de su vida una canción: “Mr Bojangles”, de Nina Simone. Durante el desarrollo del relato nos encontraremos situaciones de lo más originales e insólitas debido a que el matrimonio no es nada corriente, como, por ejemplo, tener una garza que vive con ellos: doña Superflua, o que el marido llame a su mujer con un nombre diferente cada día. Ya que si algo caracteriza a este núcleo familiar es que viven por ellos y para ellos sin importarles lo que piensen o digan los demás. El estilo de la narración lo he encontrado sencillo, fácil de leer, pero transmite mucha sensualidad y ternura, tanto que hace que conecte de inmediato con el lector y su sensibilidad. Por todo lo expuesto, creo que esta novela merece tenerse en cuenta como próxima lectura. Ya me contaréis si os decidís a leerla.

©2018, M. Carmen Rubio Bethancourt