jueves, 29 de octubre de 2020

Una de miedo para la noche de Halloween

Escena de la película El fantasma de Canterville (1944)

Una de miedo para la noche de Halloween o, según mi tradición, una de miedo para la víspera de Todos los Santos. Porque ¿a quién no le gusta esa noche del 31 de octubre al 1 de noviembre sumergirse en la atmósfera de los cuentos e historias que nos ponen los pelos de punta y nos dejan con la espalda pegada al butacón? Con este relato que he titulado ‹‹El piano» no sé si os aportaré una pizca de esa sensación, pero, al menos, espero entreteneros.

 


El piano


Sasha estrenaba apartamento en una de las mejores zonas de Nueva York; inalcanzable, le dijeron una vez, hoy se reía de aquella predicción y disfrutaba del lujo y la comodidad que aquellos más de cien metros cuadrados le concedían. El gran ventanal de cristal, que ocupaba toda una pared del salón, le dejaba ver a la humanidad a sus pies, Sasha se sintió poderoso. Lo había logrado, ya era uno de ellos, uno de la élite. En tanto el corazón se le inflaba de orgullo la imagen de sus padres, unos humildes campesinos, ya fallecidos, llegados a Estados Unidos desde la fría Rusia, invadió su pensamiento. Aunque les costó sacarle adelante, no cedieron ni un ápice en el propósito de que su hijo no fuera un don nadie como ellos. Y lo consiguieron; lástima que murieran antes de verle triunfar y salir del miserable estamento al que parecía estar destinado por nacimiento. El recuerdo de sus padres hizo evocar a Sasha su infancia y una actividad que casi tenía olvidada: el piano, ‹‹Tal vez ahora», se dijo y expresó su pensamiento a Noa, su esposa, su complemento perfecto, la mujer que allá donde fuese junto a ella provocaba la envidia de todos. Bella y con gran futuro profesional en el mundo de la decoración, Noa sería la encargada de dar personalidad a aquella vivienda que ambos compartirían desde aquel instante. La idea del piano le pareció a Noa muy acertada, el salón era enorme y ante el gran ventanal quedaría fantástico, pero necesitaban el adecuado; seguro que tarde o temprano ella lo encontraría. Y así fue, días después, en una casa de antigüedades que parecía surgida de la nada entre rascacielos y oficinas, Noa daba con un piano que llamaba su atención. Sin lugar a dudas era antiguo, una reliquia, aunque estaba bien cuidado. Como curiosidad, en su atril, observo Noa, se distinguían unas extrañas filigranas y un nombre incomprensible en letras de relieve. En tanto Noa distraía su mirada en estudiar tan interesante instrumento, un hombre de unos cincuenta años, cuyo rostro escondía en parte por una barba rojiza, se acercaba a ella. A Noa no solo le sobrecogió la figura sombría y la voz cavernosa del señor, sino también sus ojos, tan fríos y carentes de expresión que se diría que la vida se hubiera olvidado de ellos. Noa se sobrepuso a la sensación de desconfianza que le produjo el encuentro con el que habría de presentársele como dueño del negocio y retomó la compostura. Cuando Noa fue informada por el anticuario del precio del piano le pareció irrisorio, aún más cuando este le informó sobre la procedencia del instrumento; según parecía, había pertenecido a los Romanov, ‹‹Hay por ahí quien dice, incluso se esforzaba el señor en convencer a Noa, que fue el piano preferido del zar Nicolás II». La última información del anticuario provocó que Noa dejara ver a este un rostro de extrañeza. ‹‹Ya sabe, ese señor al que liquidaron, junto a su mujer e hijos reflejó el rostro del señor una mueca de consternacón―, los revolucionarios». A Noa le molestó que el anticuario la creyera una ignorante. Naturalmente que conocía aquel levantamiento popular que derrocó al régimen zarista, lo que no le cuadraba era el precio; demasiado económico si, verdaderamente, tenía esa historia tras de sí. ‹‹Quiero quitármelo de encima; lleva demasiado tiempo cogiendo polvo entre estas paredes y usted parece apreciarlo», fue la excusa que empleó el anticuario para justificar la cantidad que pedía a Noa. Eso sí, debía de aceptar la propuesta inmediatamente, de lo contrario, perdería la oportunidad. Ante tal condición, a Noa le fue imposible rechazar la oferta.

El día que Sasha recibió el preciado instrumento quedó conmovido, ‹‹Un piano de los Romanov», repetía sin terminar de creer que tuviera ante sí una posesión tan magnífica. Sasha quiso corresponder a la gentileza de su mujer dedicándole a esta la primera de las piezas que habría de interpretar en su piano. Hacía tiempo que Sasha no tocaba, sin embargo, no lo parecía, pues la melodía surgía de sus dedos de manera encomiable, no obstante, y hacia la mitad de la pieza, Sasha detuvo su ejecución. ‹‹Suena extraño», dijo a Noa para disculpar su interrupción. Noa, por su parte, expresó a su marido que ella no captaba nada anormal en la música, es más, estaba encantada con ella, posiblemente, argumentó Noa por tranquilizar a Sasha, fuera una mera adaptación del instrumento a su nueva ubicación. Sasha, aunque no muy convencido, asumió la lógica de su esposa y volvió a tocar, pero, de nuevo, aquel sonido extraño le hizo detenerse. ‹‹¿Acaso no lo oyes?», insistió Sasha a su compañera. ‹‹No oigo, ¿qué, Sasha?», no comprendía Noa a qué se refería su marido. ‹‹Esa especie de ruido; como risas de niños», expresó Sasha pusilánime, como si le diera vergüenza desvelar a su mujer su impresión. Noa, por agudizar aún más su sentido del oído, se levantó del sillón en el que estaba acomodada y se acercó al piano y a su marido. No había forma, Noa no escuchaba nada a no ser la música que surgía de la destreza de Sasha con el piano. La insistencia de su pareja hacia aquellos ruidos extraños que oía provocó que Noa llamara a un experto en dichos instrumentos. Nada, el experto tampoco oía más que el sonido que emitían las teclas cuando se manipulaban, tal vez, por dar una razón, lo que escuchaba Sasha fuera causa de algún tipo de reverberación que solo un oído privilegiado, posiblemente el de Sasha, escuchara. Argumento más que suficiente, viniendo de un entendido, para tranquilizar al joven. Un día, tal cual llevaba haciendo desde semanas atrás y hacia el atardecer, Sasha se sentó ante su piano y volvió a tocar. Y, como de costumbre, Noa se colocaría cerca de él para escucharle. Como ocurriera la primera vez que Sasha tocó ante Noa, este, hacia mitad de la pieza, suspendió su ejecución. A la mujer le extrañó que su marido se detuviera, más aún al verlo tan intranquilo y nervioso. ‹‹¿Te ocurre algo, cariño?», le preguntó. Sasha, al oír la voz de Noa, salió de su ensimismamiento. ‹‹¿Eh? No, no», negó sin convencimiento y bañado en sudor. ‹‹Hace calor, ¿verdad?», preguntó Sasha a su mujer en tanto aflojaba el nudo de su cordata. ‹‹No me lo parece, pero, si quieres, abro la ventana». Noa ni siquiera esperó a que su marido contestara, se levantó y abrió un par de hojas del gran ventanal del salón, después volvió a su asiento, tomó el libro en el que andaba distraída y sumergió sus sentidos en aquella lectura y la música que interpretaba su marido. Cuando ya nada parecía interferir tan idílica escena, la voz de Sasha, trémula e inquieta, sobresaltaba a Noa, ‹‹Hoy lloran, los niños lloran», le escuchó decir a su marido. ‹‹¿Qué dicés, Sasha?», no pudo evitar Noa la preocupación, no obstante, el que su marido volviera a retomar la partitura la calmó, justamente hasta que la pieza tomó un cariz violento, tempestuoso, rabioso. Noa no pudo evitar inquietarse. De pronto, y de manera drástica, Sasha dejó de tocar, perdió su mirada en el vacío, se levantó y se dirigió hacia el gran ventanal del salón. Tras una profunda respiración, como si necesitase que el aire ocupara todo su cuerpo, Sasha, el hijo de unos humildes campesinos rusos, se precipitó al vacío ante los ojos aterrorizados de su esposa.

Jornadas después de tan terrible suceso, el piano regresaba a la tienda de antigüedades donde Noa lo encontrase. Satisfecho de su regreso, el anticuario parecía dar la bienvenida al instrumento acariciando con delicadeza cada palmo de su armazón. Después, con calma, el hombre se dirigió hacia un mueble que destacaba por su laboriosa ornamentación, tomó de dentro de él una botella de vodka y un vaso, fue hacia su mesa de trabajo, se sentó y se sirvió de la botella. ‹‹¡Por vosotros: mujer, hijos!», brindó y tomó de un solo trago el potente brebaje. Tras ello, sacó de uno de los cajones de la mesa una especie de libro de registro, lo abrió y anotó en él, con caracteres rusos, el nombre de la nueva víctima de su venganza.

 

Fin

© M. Carmen Rubio Bethancourt

miércoles, 28 de octubre de 2020

La felicidad según se mire


 Obra de Evgeny Lushpin (pintor ruso nacido en 1968)


No creo que descubra a nadie que la felicidad tiene diferentes formas de entenderse según nos la defina, o la sienta, una persona u otra. Por ejemplo, según Edgar Allan Poe, "Las cuatro condiciones para la felicidad son: el amor de una mujer, la vida al aire libre, la ausencia de toda ambición y la creación de una belleza nueva"; para John Burroughs, "El secreto para tener felicidad es tener algo que hacer"; para George Sand, "Hay una sola forma de felicidad en la vida: amar y ser amado". Y así podríamos seguir añadiendo a la lista más y más consideraciones sobre la felicidad. Para mí la felicidad está hecha de instantes. Instantes de los que en su mayor parte ni siquiera soy consciente de ellos. Aquí os dejo un microrrelato que tiene que ver con esto que os digo. Espero que, aunque no coincidáis con mi percepción, os guste. 


Momentos


Ha comenzado a llover, tal como estaba previsto; el clip, clip de las gotas de lluvia chocando en el cristal de la ventana me hace reparar en ello. Durante unos segundos he anclado mi vista en el exterior de mi hogar y siento que el mundo de fuera y el mío son distintos, uno agreste y frío, el otro, el mío, cálido y protector. El sonido de las pisadas de mi hija mayor en el pasillo ha provocado que vuelva la mirada hacia ella; tiempo de castañas y aún lleva chanclas, un caso. La veo girar hacia la cocina, coger un vaso y llenarlo con agua de una botella de la nevera. Está alta para su edad, y guapa. Al salir de la cocina me ve observarla desde el sofá del salón y me dedica una sonrisa, luego me dice: ‹‹Me voy a estudiar» y se retira; imagina que con eso de ‹‹Me voy a estudiar» me deja tranquila. A la pequeña la tengo sobre mí, con su cabecita apoyada sobre mi regazo; se ha quedado dormida en tanto disfrutábamos de una serie de televisión, más del gusto de ella que del mío, pero paso tan poco tiempo con ella que acepto una de Disney con tal de tenerla un ratito junto a mí. Justo en el sillón que está cercano a la ventana, en esa que se dejan caer las gotas de lluvia, está sentado mi otro yo. Tiene un periódico entre las manos, el Marca, creo. Entre vistazo y vistazo a las publicaciones se queda dormido. Me hace gracia porque su cabeza parece la de un tentetieso, no termina de caer ni de un lado ni de otro. A mi alrededor no hay nada que sea excepcional: muebles cargados de libros y recuerdos, una mesa con jarrón, sillas que la rodean, tresillo, auxiliar con televisor… Sin embargo, aquí, entre tanta cosa común y gente para otros tan corriente, en un día gris y lluvioso que veo desde la ventana del salón, siento, justo en este instante, la felicidad perfecta.

©2020 M. Carmen Rubio Bethancourt

 

lunes, 15 de junio de 2020

El rey cruel, novela.



El origen.

Por fin, mi cuarta novela “El rey cruel” ha salido del cajón y ha visto la luz.
Debo confesar que he sido remolona a la hora de darla a conocer, más que nada porque no sabía de qué forma publicarla, si bajo el sello de una pequeña editorial o de manera independiente (circunstancias y razones personales me provocaban dicha incertidumbre). Finalmente, gracias a que apareció un día ante mí el concurso literario de Amazon (Premio Literario Amazon Storyteller 2020), me decidí, participaría en dicho concurso y la autopublicaría.
Y ahora, dado que ‹‹El rey cruel» ya está ahí, ante todos, voy a comentaros qué me hizo escribir la novela, qué retos me propuse con ella y, por descontado, exponeros en pocas palabras su argumento.
Para comenzar, os diré que ‹‹El rey cruel» es un relato de ficción contemporánea, temática social y buenas dosis de suspense, de hecho, la obra transcurre en un constante “¿qué pasará?”. Pero ¿qué me motivó a escribirla? La novela no surgió en mi cabeza por azar, sino que ya llevaba un tiempo rondando en mi mente la idea de escribir algo que tuviera que ver con el maltrato en el entorno familiar y cuanto padecen quienes lo sufren. Por suerte, el tesón hizo que surgiera la chispa y escribiera un primer capítulo. De este modo, poco a poco, ‹‹El rey cruel» tomaba forma y se iba convirtiendo en toda una sucesión de acontecimientos. Eso sí, no sin quebraderos de cabeza, porque uno de mis propósitos: hacerla verosímil, entrañaba cierta dificultad en lo tocante al aspecto psicológico de los personajes. Con respecto a los retos, comentaros que, además de intentar hacerla lo más creíble posible, me he impuesto los de siempre, es decir, procurar que la novela atrape al lector desde sus primeras páginas, mantener la intriga hasta el final y, cómo no, que conmueva, que transmita algo al lector, que no quede la historia en un simple relato para entretener. Si he conseguido todos o parte de mis objetivos lo desconozco, aunque espero saber de ello por vuestras opiniones. Por tanto, no dudéis en dármelas a conocer bien a través del blog, las redes sociales o con vuestros comentarios en Amazon que, sin lugar a dudas, me ayudarán a mejorar como escritora. Y, para concluir, la trama, ¿de qué va ‹‹El rey cruel»? Para contestar a esta pregunta nada mejor que exponeros su sinopsis:
Guillermo y Elvira forman un matrimonio aparentemente normal que vive en Madrid junto a sus dos hijos. Sin embargo, la relación entre la pareja no es adecuada debido a la personalidad complicada y agresiva de Guillermo que afecta a los hijos y, sobre todo, a Elvira. Tanto es así, que esta, tras sufrir un episodio desagradable por parte de Guillermo, decide, de una vez por todas, abandonarle. Guillermo no acepta la decisión que ha tomado su esposa, lo que le lleva a maquinar un plan para hacerla volver con él. Será entonces cuando entre a formar parte de la historia Virginia, una joven psicóloga que indagará en la mente de Guillermo y con la que este intentará convencer a su esposa de que su rehabilitación es posible. ¿Podrá Elvira volver a confiar en Guillermo?
Atrévete a sumergirte en la mente del maltratador y su víctima.
Espero que el argumento os haya resultado atrayente. Si es así, os dejo más abajo el enlace donde, si os apetece, podéis conseguir la novela tanto en formato ebook como papel.
Sin más que añadir, solo me queda expresaros mi agradecimiento por vuestra atención.
Enlace ‹‹El rey cruel»: www.amazon.es/dp/B089N5CLQJ

domingo, 8 de marzo de 2020

Los sueños, un filón para la creatividad.


Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar, Dalí, 1944

      Aunque los sueños, sueños son, como ya dijera Calderón en su obra La vida es sueño, nadie puede negar que nuestras experiencias oníricas son capaces de hacernos sentir tan intensamente como lo haríamos de estar despiertos, eso sí, dentro de un mundo de lo más fantástico e, incluso, absurdo. Sin embargo, es precisamente este caudal de fantasía que aportan los sueños el que ha servido, y sirve, a no pocos artistas para crear algunas de sus obras. Y valgan estos ejemplos para corroborar lo que digo: Paul McCarney aseguró que gracias a un sueño compuso la melodía de Yesterday; el pintor surrealista Dalí, al parecer, comía erizos cubiertos de una salsa oscura a base de chocolate (a la catalana) antes de acostarse porque le inducía a tener ‹‹interesantes sueños»; Misery, novela de Stephen King, surgió de una pesadilla que tuvo el autor sobre una fan obsesionada por él; el escritor británico Robert Louis Stevenson intuyó la trama de El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde después de soñar varias veces con el personaje del detestable Mr. Hyde; en el Libro de sueños, del escritor argentino Jorge Luís Borges, el autor dejó escrito lo siguiente: «Los sueños constituyen el más antiguo y el no menos complejo de todos los géneros literarios», la obra es una recopilación de textos de la literatura universal basados en ellos; el pintor catalán Miró aplicaba los mecanismos del sueño para crear el lenguaje gráfico de sus obras. Freud en 1900 publicó su obra La interpretación de los sueños, en ella afirma que la función de estos es la de expresar los deseos reprimidos (según Freud, Los sueños ofrecen muchas pistas para revelar conflictos inconscientes). Hoy día dicha teoría es discutible por algunos autores, pero lo que sí no se puede negar es que soñar es como entrar en otro mundo, un mundo fantástico donde el tiempo y el espacio no tienen sentido alguno y en el que todo es posible, tanto, como encontrarnos con personas a las que creímos perdidas para siempre. Justamente esta sensación (nacida de los sueños, de mis sueños), ha sido la que me ha llevado a componer el siguiente microrrelato que espero sea de vuestro agrado.
© M. Carmen Rubio Bethancourt

Por encima de las nubes
Hoy he caminado por encima de las nubes sobre un elefante pintado de colores. A lo lejos, en la inmensidad de un azul diáfano, vi aparecer de la nada una puerta, una simple puerta. Al llegar a ella, bajé del elefante y la crucé sin él. Las nubes, antes alfombra blanca y suave de nuestro camino, saturaban todo el espacio haciéndome imposible ver más allá de mí. Me acaparó el miedo a la soledad. A poco de sentir mis lágrimas resbalar por mis mejillas, una risa conocida me hizo girar la cabeza. Era él, mi padre. Llegaba, como de costumbre, alegre y dispuesto a rescatarme de cualquier amenaza que me acechase, aunque esta fuera, incluso, una ilusión. De su mano, descendí hasta un paisaje indescriptible en el que se encontraban todos los que un día marcharon, muy jóvenes, bellos, plenos de luz. Tan ensimismada y feliz estaba junto a ellos que no deseaba partir cuando el elefante regresó a buscarme.
Tal vez esta noche, mis sueños, quieran llevarme otra vez al mismo lugar.
© M. Carmen Rubio Bethancourt, 2020



martes, 14 de enero de 2020

Fondo y forma en el relato literario.


Partiendo de la base de que un relato literario estará correctamente escrito a nivel gramatical y ortográfico, la razón de ser de estos, según mi parecer, es la trama, lo que constituirá el fondo de la narración. El escritor, una vez ha imaginado la historia, necesita plasmarla en letras para no solo darle la capacidad de permanecer, sino otorgarle la posibilidad de que otros la conozcan. No obstante, con este fin de supervivencia y difusión, el fondo necesita de forma para que llegue a los demás, lo cual hará indispensable utilizar las palabras. Pero ¿de qué modo conjugarlas o usarlas por el autor? Desde mi punto de vista, la forma es lo que aportará singularidad al texto, lo que dará su sello al escritor.  Por eso creo que la forma debe carecer de modelo a seguir, ya que sería privar a la obra de originalidad. Además, cada trama y público a quien va dirigido el relato requiere un estilo. Pongamos por caso, no es lo mismo narrar una historia de amor que una policíaca o un cuento infantil o una novela para jóvenes. Ahora bien, seguro que Isabel Allende no desarrollaría ninguno de estos temas como lo haría o hubiera hecho Ramón del Valle Inclán, Charles Bukowski, Edurne Portela…, sencillamente porque cada autor tiene un modo peculiar de escribir cuanto imagina. Y muestra de lo que digo son estos fragmentos escritos por dichos autores y tan distintos unos de otros en cuanto a forma.
‹‹Llevado por el entusiasmo de su celo vocacional, el sacerdote debía contenerse para no entrar en abierta desobediencia con las instrucciones de sus superiores eclesiásticos, sacudidos por vientos de modernismo, que se oponían al cilicio y a la flagelación. Él era partidario de vencer las debilidades del alma con una buena azotaina de la carne. Era famoso por su oratoria desenfrenada. Lo seguían sus fieles de parroquia en parroquia, sudaban oyéndolo describir los tormentos de los pecadores en el infierno, las carnes desgarradas por ingeniosas máquinas de tortura, los fuegos eternos, los garfios que traspasaban los miembros viriles, los asquerosos reptiles que se introducían por los orificios femeninos y otros múltiples suplicios que incorporaba en cada sermón para sembrar el terror de Dios. El mismo Satanás era descrito hasta en sus más íntimas anomalías con el acento de Galicia del sacerdote, cuya misión en este mundo era sacudir las conciencias de los indolentes criollos.» (La Casa de los espíritus, Isabel Allende)
‹‹¡Mi amor adorado, estoy muriéndome y sólo deseo verte!» ¡Ay! Aquella carta de la pobre Concha se me extravió hace mucho tiempo. Era llena de afán y de tristeza, perfumada de violetas y de un antiguo amor. Sin concluir de leerla, la besé. Hacía cerca de dos años que no me escribía, y ahora me llamaba a su lado con súplicas dolorosas y ardientes. Los tres pliegos blasonados traían la huella de sus lágrimas, y la conservaron largo tiempo. La pobre Concha se moría retirada en el viejo Palacio de Brandeso, y me llamaba suspirando. Aquellas manos pálidas, olorosas, ideales, las manos que yo había amado tanto, volvían a escribirme como otras veces. Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Yo siempre había esperado en la resurrección de nuestros amores. Era una esperanza indecisa y nostálgica que llenaba mi vida con un aroma de fe: Era la quimera del porvenir, la dulce quimera dormida en el fondo de los lagos azules, donde se reflejan las estrellas del destino. ¡Triste destino el de los dos! El viejo rosal de nuestros amores volvía a florecer para deshojarse piadoso sobre una sepultura.» (Sonata de otoño, Ramón del Valle Inclán).
‹‹Estábamos en navidades y me enteré por el borracho que vivía calle arriba, y que lo hacía todos los años, que contrataban a cualquiera que se presentase, así que fui y lo siguiente que supe fue que tenía una saca de cuero a mis espaldas y que me dedicaba a pasear a mis anchas. Vaya un trabajo, pensé. ¡Tirado! Sólo te daban una manzana o dos y si te las arreglabas para terminar, el cartero regular te asignaba otra manzana para repartir el correo, o también podías volver y el jefe te mandaba a otra parte, pero lo mejor que podías hacer era tomarte tu tiempo y meter relajadamente las tarjetas de Navidad en los buzones. Creo que fue en mi segundo día como auxiliar de Navidad cuando esta mujerona salió y se puso a andar a mi lado mientras yo repartía las cartas. Cuando digo mujerona me refiero a que tenía un culazo y unas tetazas y en general era grande en todos los lugares adecuados. Parecía estar un poco chiflada, pero me ponía a mirar su cuerpo y no me importaba demasiado. Hablaba y hablaba y hablaba. Entonces salió la cosa». (Cartero, Charles Bukowski)
‹‹Alicia pasa bastante tiempo en casa sus dos primeros años en Northville. No encuentra el escritorio que le gusta, todos son pesados, con cajones que no le dejan mover las piernas, así que acaba usando una gran mesa plegable donde va apilando libros, artículos, cuadernos. La sitúa frente al amplio ventanal del sótano desde el que observa, acompañada siempre de la mirada gatuna de Vargas y Llosa tumbadas sobre sus papeles en algún lugar de la mesa, pasar la vida del barrio. Casi a diario ve a los tres hermanos de la casa del final de la calle, unos adolescentes obesos y pelirrojos que si no son trillizos lo parecen. Cada dos por tres echan en su césped, pensando que Alicia no los ve, una bolsa vacía y arrugada de McDonald’s. Los fines de semana sacan sus motos de monte trucadas y se alejan haciendo caballitos y un ruido infernal. Los vecinos de la casa de enfrente son más tranquilos. De los antiguos vecinos del barrio, le dicen el día que se presentan a la puerta de casa con un bizcocho. Alicia está sola y no sabe si invitarles a pasar o no hasta que se decanta por lo último.» (Formas de estar lejos, Edurne Portela)
Son solo cuatro ejemplos de modos de relatar. Diferentes, por supuesto, aunque ninguno desdeñable. El estilo de cada escritor engrandecerá su obra y otorgará personalidad a la trama. Por tanto, la forma de narrar, particular y única en cada autor, es, a mi modo de ver, el complemento perfecto a sumar a la historia o fondo del relato. Resultado de esta unión, a mi parecer perfecta, es la variedad que tanto enriquece a la literatura.
©2019, M. Carmen Rubio Bethancourt