Playa de La Caleta, Cádiz
Hace unas semanas asistí al Ateneo de
Cádiz para participar, junto a otros compañeros de letras con uno de mis
escritos, a la tertulia literaria que se convoca una vez al mes en dicho lugar.
El tema elegido para inspirar nuestras composiciones fue "El mar". Al
principio de ponerme a ello, se me ocurrió hacer un relato que expusiera el
efecto que produce en mí contemplar tan imponente elemento de la naturaleza,
pero, conforme lo iba escribiendo, un recuerdo de mi pasado asaltó mi
escritura, porque solo es necesario un simple guiño de nuestras experiencias
vividas para que la imaginación se ponga a trabajar y de de sí lo que no suponíamos. Yo tengo muchas vivencias de mis años pasados en las que el mar
está presente como un protagonista más de la historia, siendo de costa no queda
otra, y aunque este texto lleva su parte de ficción, hay en él algo de mi vida.
Espero que os guste.
En la playa
A veces me ocurre que un
sonido, un olor, un sabor o una imagen me transportan al pasado, y hoy,
precisamente, ha vuelto a suceder. No vislumbraba esta posibilidad esta mañana
en la que, después de un largo paseo por la playa, me senté en la orilla a
relajarme un rato mirando al mar. Y lo estaba consiguiendo, el movimiento
acompasado de las olas es para mí como un sedante, sin embargo, una voz
chillona de mujer derribó de golpe mi propósito. ‹‹Carlitos que salgas del
agua», repetía la señora casi a punto de dejar las cuerdas vocales en aquellos
alaridos. Cuando observé a la mujer, al objeto de lanzarle alguna de mis miradas
castigadoras por haber dado al traste con mi intención, me pasó algo que no
esperaba, se inundó mi interior de una ternura infinita al ver reflejada en la
mujer la imagen de mi madre. Más bajita, menos bonita, pero tan madraza como
ella y a punto de darle un síncope porque el chiquillo estaba, a su parecer,
más allá de los límites aconsejables para un niño que se baña en el mar. Pobre
mamá, lo que sufría por lo mismo, ‹‹que si os va a engullir la marea que hay
resaca, que si os va a dar algo que ya tenéis los dedos como garbanzos en
remojo, que si el agua por la cintura, que si la digestión…», y mis hermanos y
yo que a todo lo que nos decía la pobre mujer ni caso, puesto que a la más
mínima se despistaba ya estábamos haciendo de las nuestras, además, teníamos de
aliado a nuestro padre, menos dado a ver el peligro y, por ello, consagrado a
la tarea de calmar a mamá. Y a la par de aquellas imágenes, me vinieron al
pensamiento nuestras risas infantiles; el olor a sal y tortilla de patatas,
porque a mamá le salían buenísimas y en la playa sabían a gloria; las riñas con
mis hermanos a causa de la bola de arena que, una vez más, se estrellaba en la
cabeza de alguno; los juegos con papá, un experto en eso de hacerse el
despistado para dejarnos ganar siempre... Y esa vuelta a casa… ¡qué suplicio! Con
el cuerpo cubierto de salitre y las caras rojas como cangrejos cocidos, ni
siquiera éramos capaces de levantar los pies al andar de molidos que quedábamos
después de tantas horas de baños y juegos en la arena, parecíamos soldados a
los que el enemigo le hubiera dado una buena paliza. No creo que sea difícil
creer que en mi rostro se dibujara una sonrisa mientras fluían a mi mente recuerdos
tan entrañables. Lo malo fue volver al presente, ¡cuánta tristeza!, no solo al
dar por hecho que aquellos días felices no volverían, sino porque me falta
ella, mamá, a la que a veces me parece haber dejado abandonada en un rincón de
mi memoria y en estas ocasiones, en las que el más mínimo ‹‹clip» enciende mi
pasado, compruebo que solo me dejaba un poco tranquila.
©2019, M. Carmen Rubio
Bethancourt
que interesante final oooh si me a encantado!. Un saludo desde erremixx.blogspot.com
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