En esta entrada voy a exponer otro de mis microrrelatos. Hacía tiempo que no mostraba escritos de mi autoría, y lo hago con uno que
desea rendir homenaje a una persona que tristemente perdió su lucha contra una
terrible enfermedad, mi padre. Naturalmente que muchas de estas batallas son
ganadas, y esa es la meta que debemos perseguir cuando algo tan indeseable
invade nuestro ser. Mi padre lo hizo y consiguió ser con ello para mí más admirable de lo que lo
era. Sin embargo, cuando no se logra se hunde uno tanto… Al menos así lo sentí y de lo cual aprendí una lección que quedó grabada en mí: cada día de nuestra vida
debemos deleitarnos de todo lo hermoso y bueno que nos rodea. Mi novela “Futuro
bajo sospecha” hace hincapié en la misma reflexión.
Adiós.
Estoy rodeado por mis seres queridos bajo una
atmósfera de tristeza que no quisiera que padeciera nadie, es terrible. Es
difícil asimilar lo que soy de lo que fui, ahora un viejo hombre abatido,
decrépito, marcado con rasgos de muerte. Intento disimular con forzadas
sonrisas lo que siento, pero sus miradas son testimonio de que no soy creíble.
Lucho, pero no puedo, mil cadenas tiran de mí hacia el irremediable final.
Quisiera tranquilizar a todos, incluso a mí de que es mi hora y lo asumo
tranquilamente, aunque ni siquiera mi voz es capaz de pronunciar una sola sílaba
de tan gran mentira. Sin embargo, aún creo en los milagros, y para ello cada
segundo pido a Dios un año, unos meses, unos días… los justos para saborear
cada minuto de lo que me regale de vida. Pero cada señal de mi cuerpo, de una
enfermedad que no da tregua, me indican lo contrario: un día menos. ¡Adiós!
Pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo resignarme a no ver más la luz del sol; a no oler el
mar de mi tierra; a no besar a mis hijos; a no sentirte, amor mío…? ¿Cómo ser
capaz de decir adiós a todo lo que quiero? No, realmente en esta batalla
pierdo, pero soy incapaz de mostrar bandera blanca.
© M. Carmen Rubio Bethancourt