Imagen película de Disney, "Cuento de Navidad".
Si hay una época que incite a la
imaginación a crear historias esa es, sin duda alguna, la Navidad. Y muestra de
ello es la cantidad de relatos que tienen que ver con esta fechas. Por citar
algunos de ellos: “La pequeña cerillera”
de Hans Christian Andersen; “Vida y
aventuras de Santa Claus” de L. Frank Baum; “El expreso polar” de Chris van Allsburg; “El primer
milagro” de Azorín; “Cuento de Nochebuena” De Rubén Darío, “Un árbol navideño y una boda” de Fiodor Dostoievsky; “Los
elfos y el zapatero” de los Hermanos Grimm; “Día de Reyes” de María Lejárraga, “Estas navidades siniestras” de Gabriel
García Márquez; “Cuento de Navidad” de Emilia Pardo Bazán, “La
adoración de los Reyes” de Valle-Inclán… Y así podríamos seguir hasta completar una larga
lista de cuentos. Porque extraño es el autor que se haya resistido a escribir
algunas letras que tengan que ver con esta celebración tan universal y
entrañable. No obstante, de todos
ellos, hay uno que se lleva el galardón de ser el más leído, el más representado, el más versionado… y
es, como todos imagináis, “Canción de
Navidad” (A Christmas Carol), o también llamado “Cuento de Navidad” de Charles Dickens. La trama del relato,
para quien aún no la conozca, tal vez haya por ahí algún despistado, gira en
torno a la figura del señor Scrooge, un anciano avaro y explotador que es
visitado en su casa por el espíritu de su antiguo socio, Jacob Marley
(arrastrando unas cadenas fruto de sus pecados), para anunciarle que se le
aparecerán por la noche tres fantasmas: el de las navidades pasadas, presente y
futura, al objeto de mostrarle episodios de su vida y lo que le espera de no
cambiar de forma de ser. Al final de la historia descubriremos si los tres
fantasmas han sido capaces de transformar al desalmado y avaro señor
Scrooge.
En mi opinión, Dickens con este relato no solo sabe
atrapar la atención del lector con una historia sublime, sino que nos hace
mirar a nuestro propio corazón incitándonos a ser mejores personas con nuestros
semejantes; es bien sabido que el motor que impulsó gran parte de la obra de
Dickens e, incluso, de acciones de su vida fue la justicia social (por ejemplo, colaboró en crear una casa para mujeres repudiadas de la sociedad: “Urania Cottage”, donde éstas aprendían a leer y escribir y se graduaban), ya
que desde muy niño padeció calamidades como trabajar o ver a su padre
encarcelado por deudas.
©2018 M. Carmen
Rubio Bethancourt
Y, por aportar mi granito de arena en esto
de los cuentos navideños y los buenos
propósitos, os dejo este pequeño relato que
espero os guste (al final del mismo añado un enlace donde podréis
descargar el cuento de Dickens). ¡Feliz Navidad!
El
espíritu de la Navidad
Hacía unos años que Violeta
vivía fuera de Madrid y regresaba por Navidad. Sin embargo, qué poca ilusión le hacían a la joven aquellas fiestas; le parecían tediosas con tantos mensajes de buena voluntad
que tan solo habrían de durar, y con bastante esfuerzo, unos días. No obstante,
se reuniría con la familia a cumplir con lo que exigían tales fechas. Justo el
día antes de Nochebuena, el padre de Violeta, observador del estado tan
racional por el que atravesaba su hija, la invitó a acompañarle a la Plaza
Mayor. La joven refunfuñó un poco, aunque, finalmente, cedió. Violeta y su padre
arribaron en la plaza entrada la noche, exactamente en el momento en el que se
encendían las luces que decoraban el emplazamiento y los distintos puestecillos
que lo ocupaban. El aliento de la joven se contuvo, porque, como lo hiciese el
clic del interruptor con aquellas bombillas dándoles alegría, su mente, en un
fulminante flash, se trasladó a los años de su niñez en similares
circunstancias. ¡Cuánto disfrutaba con sus hermanos recorriendo, uno tras otro,
los tenderetes buscando figuritas para el belén o comiendo castañas asadas para
endulzar el paseo y repeler el frío de la tarde! Y la cena de Nochebuena…, su
madre se empleaba a fondo en hacer el mejor pavo que se habría de comer en toda la
ciudad. Y Violeta daba por hecho que lo conseguía, porque qué bien olía y qué
bien sabía aquel asado, tanto que no había un solo adulto que probase tan
suculento manjar que no pidiera la receta a su madre; de ella Violeta solo
retenía: ‹‹Mucho Tomillo, laurel y una pizca de pimienta». Después de
disfrutar de la buena mesa, llegaba el turno de los villancicos y, con un poco
de suerte y dos copitas de anís, las bulerías de la tía Carmen, éstas tan bien
‹‹cantás» que lograban hacer bailar, incluso, a la abuela Felisa (muy dada ella
a echar ‹‹cabezaditas» en la butaca). La emoción de los recuerdos embargó a Violeta,
hasta el punto de sentirse culpable por haber dejado de derrochar sin
condiciones su alegría. Su padre, que pareció advertir su desazón, le dio un
beso en la mejilla, precisamente el impulso que necesitaba para abrir de par en par su
corazón a la Navidad.
©2018 M. Carmen
Rubio Bethancourt
Enlace relato “Canción
de Navidad” de Charles DicKens.