Pintura de Cézanne, Bosque.
En esta entrada voy a exponer un relato en el que la amistad se pone a prueba. Dado que es más largo de lo que habitualmente presento en el blog, os dejo con la primera de las dos partes que lo componen. A ver qué os parece.
La caja
(primera parte)
Como cada día, Diego y Pedro recorrían el camino con un ánimo
que solo su mutua compañía alegraba, dado que no había mejores amigos que aquellos
dos jóvenes. Cada mañana, desde hacía unos meses, a los chicos les aguardaba
una tarea farragosa, adecuar las caballerizas de la finca de Don Augusto
Montes. A pesar de que el pan entraba en casa, ambos sentían que aquel trabajo
no era para ellos, ellos aspiraban a algo mejor, porque sus sueños eran mutuos
e imaginaban abandonar un día aquel lugar e ir a una de las grandes ciudades
del país; habían oído que surgían fábricas por doquier y pagaban bien, la
industrialización requería mano de obra. Pero aún era pronto para marchar, ya que
ni Diego ni Pedro tenían las manos libres, a Diego se lo impedían un par de niñas,
sus hermanas, no podía dejarlas a cargo de su padre, era un alcohólico
empedernido; a Pedro su madre, los gastos médicos de su última enfermedad la
dejó sumida en deudas. Cuando ya restaba a los muchachos muy poco para llegar a
su destino, dos caballeros de porte elegante, uno alto y otro bajo, se
detuvieron ante ellos.
—¡Buenos días, chicos! —les saludaba el señor alto
completando sus palabras un toque de sombrero que imitó su compañero.
Los jóvenes, sorprendidos, esperaron a ver qué deseaban aquellos
señores antes de atreverse a decir lo más mínimo; sabían que con el estamento
adinerado de la sociedad, y esos tipos lo parecían, no podían tomarse licencias
ni siquiera para hablar, eso sí, libraron sus cabezas de unas simples gorras
por corresponder al saludo.
—No os asustéis, tranquilos —prosiguió—. Veréis, hemos
detenido vuestro trayecto porque necesitamos que nos hagáis un favor.
—¿Un favor? —se atrevió Pedro a intervenir.
—Sí —afirmó el hombre—, pero requiere confianza entre
vosotros.
—Somos muy buenos amigos —expresó Pedro—, los mejores, si les
sirve.
—Por supuesto —afirmó
el mismo caballero.
—Y el favor sería… —indagaba Diego.
—Que uno de vosotros custodie esta caja hasta mañana a esta misma hora —mostró
el señor alto el artículo pequeño y de madera—; será cuando pasemos a buscarla.
Naturalmente habrá una generosa recompensa por ello. ¿Qué nos decís?
Pedro y Diego se miraron como si entre ambos estuviera
surgiendo una conversación que solo ellos entendían. Al cabo de unos segundos
Diego habló:
—Pero, esa caja, ¿tiene algo que ver con asuntos turbios? No
nos gustaría meternos en ningún lío, ¿comprenden, señores?
—Oh, no, no —respondió el caballero bajito que
hasta el momento no había abierto la boca—, solo que ahora no la podemos llevar
encima. Así que, ¿qué nos respondéis?
—Sí, sí, no hay problema —contestó diligente Pedro.
—Un momento —interrumpió Diego el negocio que parecía llegar
a término—, yo no estoy de acuerdo en quedarnos con esa cosa; a saber qué
guarda. Este asunto no está muy claro.
—Bueno, como queráis —volvió a tomar la palabra el señor alto—.
Ya buscaremos a quien pueda ayudarnos.
—No, no —intervino raudo Pedro—, me ocupo yo de esa caja —resolvió
Pedro ante la mirada atónita de Diego.
—Estupendo —expresó con deleite el hombre alto—. Y sobre la recompensa, que sepáis, aunque te haces tú cargo de la caja, muchacho, será para ambos —los chicos se miraron complacidos—. Otra cosa,
responsabilizarse de esta caja requiere una condición….
—Y es… —indagaba Pedro con impaciencia; tal vez no fuera
buena idea prestar el favor y aún podía arrepentirse.
—Una muy simple, no abrirla.
—Sin problema —sentenció Pedro.
Concluido el acuerdo, los chicos siguieron su camino y los
señores se perdieron en el suyo.
Pedro y Diego no daban crédito a lo que había ocurrido,
parecía todo tan fácil y a la vez tan misterioso. Los chicos habían prometido
no abrir la caja, pero la curiosidad era demasiado fuerte, tanto que no podían
resistirse a tener algún tipo de indicio sobre lo que podría contener aquel
objeto. Comenzaron por observarlo, no parecía verse en él nada especial, una
cajita de madera de aparente fácil apertura, de esas a las que solo impide
levantar la tapa una presilla de metal; tras el repaso visual, Pedro hizo sonar
la caja cerca de su oído, solo escuchó un leve tintineo. La curiosidad crecía
en ellos, hasta tal punto que les era necesario mirar en el interior. Pero... lo
habían prometido, se repetían, aun así, les pudo el deseo de conocer. Dos monedas
de oro, eso era exactamente lo que contenía aquel pequeño objeto de madera. Una
expresión de asombro invadió los rostros de los jóvenes.
—¡Oro, dos monedas de oro! —exclamó Pedro maravillado—. ¿Sabes
lo que podría hacer con esto, Diego? Podría saldar la deuda de mi madre con ese
médico usurero e irme de este pueblo de una vez por todas.
En tanto Pedro parecía vislumbrar su futuro, Diego quedaba
perplejo, pues no daba crédito a las intenciones que su compañero contemplaba
sobre las monedas de las que solo tenía su guarda y custodia. Sin embargo, una
cierta envidia empezó a invadir a Diego, hasta tal punto que no pudo evitar
desear ser cómplice de la fechoría.
—Contarás conmigo, ¿no, amigo?
—¡Eh! —se sorprendía Pedro—. Bueno, tú no querías quedarte
con la caja, por tanto, no veo por qué voy a tener que compartir nada contigo.
—Pero siempre lo hemos hecho todo a medias, Pedro, creo que
en este asunto también deberíamos hacerlo; de alguna manera soy tu cómplice.
—No, no lo eres, tú has dicho que no querías saber nada de la
caja. Así que pagaré la deuda de mi madre y abandonaré este lugar de mierda; estoy
harto de romperme la espalda en esos establos.
—También yo estoy harto, Pedro, y lo sabes; una de esas
monedas podría darme la oportunidad de ayudar a mis hermanas y largarme
contigo.
—Esto para dos no supone gran cosa, Diego. Así que, lo siento,
pero ya mismo me largo; no estoy dispuesto a que me echen el guante.
Dicho y hecho, Pedro dejaba a su compañero y se marchaba,
como alma que llevase el diablo, de vuelta a casa.
Diego no cabía en sí de la decepción, su mejor amigo, su
cómplice, su compañero de fatigas le había dejado en la estacada.
(Continuará)
Este relato suena a cuento con moraleja. De momento, parece que la codicia puede llegar a romper una amistad aparentemente inquebrantable. ¿Qué contendrá la caja? Me suena a trampa, a una prueba que los dos individuos han tendido a los dos jóvenes. Pero ¿por qué? Esperaré al siguiente capítulo, jeje
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Josep.
EliminarMe alegra mucho tu visita. Pues la caja va a poner a prueba a los amigos. Veremos qué sucede. en la siguiente parte, y última, lo descubrirás. Un abrazo.
Muy interesante, amistad, necesidad, ruptura, incumplimiento, cebo, y....a esperar el desenlace.
ResponderEliminarGracias
Muchas gracias, Fernando. Siempre tan atento. La semana que viene lo subo. Un abrazo.
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