Partiendo
de la base de que un relato literario estará correctamente escrito a nivel
gramatical y ortográfico, la razón de ser de estos, según mi parecer, es la
trama, lo que constituirá el fondo de la narración. El escritor, una vez ha
imaginado la historia, necesita plasmarla en letras para no solo darle la
capacidad de permanecer, sino otorgarle la posibilidad de que otros la conozcan.
No obstante, con este fin de supervivencia y difusión, el fondo necesita de
forma para que llegue a los demás, lo cual hará indispensable utilizar las
palabras. Pero ¿de qué modo conjugarlas o usarlas por el autor? Desde mi punto
de vista, la forma es lo que aportará singularidad al texto, lo que dará su
sello al escritor. Por eso creo que la forma
debe carecer de modelo a seguir, ya que sería privar a la obra de originalidad.
Además, cada trama y público a quien va dirigido el relato requiere un estilo. Pongamos
por caso, no es lo mismo narrar una historia de amor que una policíaca o un
cuento infantil o una novela para jóvenes. Ahora bien, seguro que Isabel Allende no desarrollaría ninguno
de estos temas como lo haría o hubiera hecho Ramón del Valle Inclán, Charles
Bukowski, Edurne Portela…,
sencillamente porque cada autor tiene un modo peculiar de escribir cuanto
imagina. Y muestra de lo que digo son estos
fragmentos escritos por dichos autores y tan distintos unos de otros en cuanto
a forma.
‹‹Llevado por el entusiasmo
de su celo vocacional, el sacerdote debía contenerse para no entrar en abierta
desobediencia con las instrucciones de sus superiores eclesiásticos, sacudidos
por vientos de modernismo, que se oponían al cilicio y a la flagelación. Él era
partidario de vencer las debilidades del alma con una buena azotaina de la
carne. Era famoso por su oratoria desenfrenada. Lo seguían sus fieles de
parroquia en parroquia, sudaban oyéndolo describir los tormentos de los
pecadores en el infierno, las carnes desgarradas por ingeniosas máquinas de
tortura, los fuegos eternos, los garfios que traspasaban los miembros viriles,
los asquerosos reptiles que se introducían por los orificios femeninos y otros
múltiples suplicios que incorporaba en cada sermón para sembrar el terror de
Dios. El mismo Satanás era descrito hasta en sus más íntimas anomalías con el
acento de Galicia del sacerdote, cuya misión en este mundo era sacudir las
conciencias de los indolentes criollos.» (La Casa de los espíritus, Isabel Allende)
‹‹¡Mi amor adorado, estoy
muriéndome y sólo deseo verte!» ¡Ay! Aquella carta de la pobre Concha se me
extravió hace mucho tiempo. Era llena de afán y de tristeza, perfumada de
violetas y de un antiguo amor. Sin concluir de leerla, la besé. Hacía cerca de
dos años que no me escribía, y ahora me llamaba a su lado con súplicas
dolorosas y ardientes. Los tres pliegos blasonados traían la huella de sus
lágrimas, y la conservaron largo tiempo. La pobre Concha se moría retirada en
el viejo Palacio de Brandeso, y me llamaba suspirando. Aquellas manos pálidas,
olorosas, ideales, las manos que yo había amado tanto, volvían a escribirme
como otras veces. Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas. Yo siempre
había esperado en la resurrección de nuestros amores. Era una esperanza
indecisa y nostálgica que llenaba mi vida con un aroma de fe: Era la quimera
del porvenir, la dulce quimera dormida en el fondo de los lagos azules, donde
se reflejan las estrellas del destino. ¡Triste destino el de los dos! El viejo rosal
de nuestros amores volvía a florecer para deshojarse piadoso sobre una
sepultura.» (Sonata de otoño, Ramón del Valle Inclán).
‹‹Estábamos en navidades y
me enteré por el borracho que vivía calle arriba, y que lo hacía todos los
años, que contrataban a cualquiera que se presentase, así que fui y lo
siguiente que supe fue que tenía una saca de cuero a mis espaldas y que me
dedicaba a pasear a mis anchas. Vaya un trabajo, pensé. ¡Tirado! Sólo te daban
una manzana o dos y si te las arreglabas para terminar, el cartero regular te
asignaba otra manzana para repartir el correo, o también podías volver y el
jefe te mandaba a otra parte, pero lo mejor que podías hacer era tomarte tu
tiempo y meter relajadamente las tarjetas de Navidad en los buzones. Creo que fue
en mi segundo día como auxiliar de Navidad cuando esta mujerona salió y se puso
a andar a mi lado mientras yo repartía las cartas. Cuando digo mujerona me
refiero a que tenía un culazo y unas tetazas y en general era grande en todos
los lugares adecuados. Parecía estar un poco chiflada, pero me ponía a mirar su
cuerpo y no me importaba demasiado. Hablaba y hablaba y hablaba. Entonces salió
la cosa». (Cartero, Charles Bukowski)
‹‹Alicia pasa
bastante tiempo en casa sus dos primeros años en Northville. No encuentra el
escritorio que le gusta, todos son pesados, con cajones que no le dejan mover
las piernas, así que acaba usando una gran mesa plegable donde va apilando
libros, artículos, cuadernos. La sitúa frente al amplio ventanal del sótano
desde el que observa, acompañada siempre de la mirada gatuna de Vargas y Llosa
tumbadas sobre sus papeles en algún lugar de la mesa, pasar la vida del barrio.
Casi a diario ve a los tres hermanos de la casa del final de la calle, unos
adolescentes obesos y pelirrojos que si no son trillizos lo parecen. Cada dos
por tres echan en su césped, pensando que Alicia no los ve, una bolsa vacía y
arrugada de McDonald’s. Los fines de semana sacan sus motos de monte trucadas y
se alejan haciendo caballitos y un ruido infernal. Los vecinos de la casa de
enfrente son más tranquilos. De los antiguos vecinos del barrio, le dicen el
día que se presentan a la puerta de casa con un bizcocho. Alicia está sola y no
sabe si invitarles a pasar o no hasta que se decanta por lo último.» (Formas
de estar lejos, Edurne Portela)
Son
solo cuatro ejemplos de modos de relatar. Diferentes, por supuesto, aunque
ninguno desdeñable. El estilo de cada escritor engrandecerá su obra y otorgará personalidad a la trama. Por tanto, la forma de narrar, particular y única en cada
autor, es, a mi modo de ver, el complemento perfecto a sumar a la historia o fondo del
relato. Resultado de esta unión, a mi parecer perfecta, es la variedad que
tanto enriquece a la literatura.
©2019,
M. Carmen Rubio Bethancourt
La palabras, efectivamente, son las herramientas. Es cierto que la calidad literaria, como ocurre con le pincel del pintor, depende de la habilidad del escritor para manejarlas y para extraer de ellas sus valores semánticos -significados-, sus resonancias emotivas y sus rasgos fonéticos -sonidos-, pero tienes mucha razón, cuando explicas e ilustras con ejemplos pertinentes, que el contenido del relato, contado tal como los experimenta el autor y como los ofrece para que el lector lo viva y lo reviva, posee una importancia fundamental. Gracias, por tu acertada y oportuna propuesta.
ResponderEliminarBuenas tardes, José Antonio. Muchas gracias por tu visita, que me ha alegrado mucho, y tus amables palabras que siempre animan a seguir adelante y a aprender. Un fuerte abrazo.
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